I. Kender sorpresa
-Creo que deberíamos ir a echar un vistazo a ver como le ha ido a John -comentó el kender en referencia al cuarto integrante del grupo, que había sufrido los efectos de un veneno en la aventura y al término de ésta se había dirigido al Templo de Paladine para ser tratado.
-Y para entregarle su recompensa –añadió Limentar, mirando a Txon de manera significativa. Éste se encogió de hombros y compuso su inocente sonrisa.
- ¡Claro! –dijo y comenzó a andar a saltos en dirección al gran templo. Gän refunfuñó por lo bajo y ambos siguieron al infatigable kender, al que ni siquiera las numerosas heridas que había recibido en la batalla conseguían dañar su ánimo.
John Bladearm llegó por su propio pie a las puertas del Templo de Paladine. Aún quedando una parte del ala oeste sin construir todavía, la construcción se revelaba imponente, con sus enormes columnas, su impresionante fachada de mármol blanco y su cuidado jardín resplandeciente incluso tan avanzado como estaba el día. Pero a John, práctico como era, no le importaron estos detalles, pues sólo pensaba en sacarse del cuerpo el veneno que Michael, el clérigo de Mishakal, quien caminaba a su lado, la había dicho que corría por sus venas desde que se pinchara con la trampa que accionó al intentar abrir el cajón del siniestro jefe de la banda que habían desarticulado horas antes. Encararon las puertas metálicas que daban acceso al recinto trasponiéndolas sin la oposición que suponía tratar de hacer lo propio a plena luz del día, cuando el lugar se llenaba de curiosos y pedigüeños que se agolpaban en torno al Templo como moscas a la miel y penetraron de esa forma al interior del jardín que rodeaba al majestuoso edificio. Anduvieron prestos por el sendero de adoquines que llevaba hasta la escalinata de mármol la cuál desmbocaba en las dobles puertas de platino labradoas con el símbolo de Paladine. Cuando las atravesaron y se encontraron en el amplio recibidor, Michael le dijo al guerrero que esperara allí. En pocos minutos, el clérigo de Mishakal reaparecía por uno de los pasillos laterales, trayendo consigo a otro clérigo que vestía una túnica parecida y de cuyo pecho colgaba también el medallon con el símbolo del infinito de la diosa de la curación.
-Saludos, guerrero. El hermano Michael me ha explicado la situación y creo que no debemos demorarnos más. Acompañadme si sois tan amable.
Sin darle tiempo a responder se internó de nuevo por el mismo pasillo por el que había venido. John se apresuró detrás del clérigo y lo siguió por un corredor que se internaba en las profundidades del templo. Múltiples puertas se abrían a cada lado. El devoto de Mishakal abrió una y le indicó que pasara revelando una habitación mucho más austera de lo que John había imaginado dada la apariencia exterior del edificio y que se componía de un jergón relleno de paja, un pequeño escritorio y un armario pegado a la pared de la izquierda. Ni siquiera tenía ventanas.
-Tumbaos –ordenó el clérigo recién llegado, que ni siquiera se había presentado.
-Si señor.
La respuesta burlona de John, pronunciada en voz baja no llegó a oídos de su sanador, que, tras esperar a que el guerrero se recostase, le indicó que no se moviera. Comenzó entonces a pronunciar una letanía de palabras a la par que agarraba su medallón y posaba la otra mano sobre la frente del guerrero. Su voz fue repitiendo las palabras en una extraña cadencia hasta que, de pronto, todo terminó.
-¿Ya está? –preguntó John, quien no se sentía ni mejor ni peor que antes. Sin embargo, su salvador se veía cansado.
- Creo que si. Estáis libre del veneno –se dispuso a abandonar la sala pero John, haciendo gala una vez más de su oportunismo, le pidió que sanara, ya que estaba en ello, las heridas físicas que había sufrido. El clérigo, sorprendido por el descaro de su interlocutor, abrió mucho los ojos y miró desconecertado, primero al guerrero y después a Michael, que también se encontraba en la sala y que apartó la cara, avergonzado. Después, resignado, repitió una maniobra parecida a la que había llevado a cabo para extirparle el veneno, aunque esta vez John si que se sintió aliviado y pudo observar como algunas de sus laceraciones, contusiones y cortes, se cerraban ante sus ojos. Al acabar y en tono más serio, John volvió a dirigirse al sacerdote de Mishakal.
-Si no os importa, hay algo más que me gustaría comentaros –miró a Michael, quien había sido puesto sobre aviso de la charla que sobrevendría a continuación. El clérigo volvió su cabeza también y el joven sacerdote asintió con la cabeza, indicando a su superior que, por esta vez, tratarían un tema serio. Sin más preámbulos, el guerrero de Sirgel pasó a relatar la misión que les ocupaba a él y a su grupo desde que saliera de su pueblo natal acompañando a su difunto maestro. Así pues, narró el hallazgo accidental de la primera de las piezas del artefacto de Morgion a cargo de su maestro y su grupo en las minas del pueblo minero de Bargond y, aunque de manera más escueta, contó también como habían perdido la oportunidad de hacerse con el segundo fragmento del susodicho artefacto en las profundidades de la Sima en el centro del Mar Sangriento. Por último, puso al corriente al cada vez más asombrado sacerdote del extraño comportamiento del kender y de sus sospechas sobre la relación de su conducta con el cetro que portaba desde hacía bastante tiempo. Fuera oscurecía y Solinari se alzaba ya sobre las montañas del este que rodean Palanthas.
-Así que tal es la naturaleza de vuestra carga –musitó el clérigo pensativo-. Interesante. Es muy posible que sea tal y como sospecháis, guerrero… ¡Muy bien! –pareció decidirse-. Traedme al kender tan pronto como sea posible. ¡Michael, prepara la sala para el examen, yo iré a avisar a Elistan de inmediato! –de nuevo sin esperar contestación abandonó el cuarto.
-Y yo iré a esperarlos fuera –sugirió John-, así podrás cumplir con tu deber.
Encarando de nuevo el pasillo con las puertas en los lados, regresó al vestíbulo del templo y de allí salió al exterior, sentándose en los peldaños de mármol que ascendían hasta la entrada, se dispuso a esperar a sus compañeros, seguro de que tarde o temprano vendrían a buscarle. Contempló el verde jardín que se extendía ante sus pies y se recostó en la escalinata mirando al cielo. Pero sólo unos minutos más tarde, oyó el incesante parloteo del kender, que importunaba a sus compañeros con alguna de sus disparatadas teorías. Incorporándose, los recibió de pie apoyado en una de las columnas que sostenían el friso de la entrada.
-Si que habéis tardado –molestó-. ¿Qué tal la entrevista? ¿Os han colmado de acero? -preguntó sin muchas esperanzas y bastante más sorna-. ¿Hay algo para mí?
Con la mano extendida esperó a que sus compañeros llegaran hasta donde él estaba. Limentar, adelantándose al resto sacó de su túnica la recompensa: la medalla de la ciudad. Además le puso al corriente de las prerrogativas y honores que ésta conllevaba. Cuando hubo acabado, John se la quedó mirando un momento y murmurando algo para sí la guardó en su faltriquera.
-Por cierto. Nos esperan ahí dentro –señaló hacia el interior del templo.
Apenas hubo acabado de decir estas palabras, Michael, que al parecer había acabado la tarea encomendada, salió a su encuentro.
-Todo está listo. Podéis entrar.
Los guió hacia la misma habitación y una vez hubieron entrado, cerró la puerta tras de sí. La cama se encontraba apoyada en vertical contra la pared y el armario y el escritorio se habían movido a un rincón de la habitación, con el fin de dejar más espacio. Un bajo soporte de tres patas, con un pequeño cojín en su parte superior se hallaba cerca de donde se encontraba plantado el sacerdote de Mishakal que, en cuanto todos hubieron entrado, posó los ojos en el kender.
-Adelantaos –indicó sin más preámbulo.
Éste, encantado con ser el centro de atención, avanzo hasta el centro de la habitación y se quedó ahí plantado, con sus extrañas calzas, sus saquillos colgando y la mano extendida de la manera más cortés y digna que sabía. Gän ahogó una risita. El clérigo se acercó hasta él y le estrechó la mano. A continuación abordó el tema directamente.
-Txon, ¿verdad? ¿Me dejaríais ver el cetro que portáis, si sois tan amable?
De repente, la expresión del kender cambió por completo: retiró la mano bruscamente y la sonrisa se borró de su rostro, a la vez que, con un veloz movimiento, hacía ademán de requerir la inseparable daga que siempre llevaba a la cintura. Gän masculló un rudo juramento, mientras Limentar aferraba su símbolo sagrado, dispuesto a actuar si la situación lo requería. John por su parte se dispuso a detener al hombrecillo con sus propias manos. No obstante, nada de esto fue necesario pues el kender, en contra de lo que todos temían, introdujo su pequeña mano por el interior de su camisa y, sacando el cetro de su interior, se lo tendió al clérigo con la infantil y despreocupada sonrisa de nuevo en la cara. Un suspiro de alivio recorrió la habitación.
-Toma –dijo con voz aguda-. Ten cuidado, es peligroso.
-Muchas gracias pequeño kender –respondió el clérigo con una sonrisa. Cogiendo el cetro con un paño lo depositó encima del soporte que había hecho traer y acto seguido pronunció unas palabras a la vez que hacía una serie de gestos con una mano y con la otra sujetaba en lo alto el símbolo sagrado. Al cabo el kender pareció irradiar una tenue luz oscura, lo que hizo que Txon soltara un grito de alegría al descubrir una nueva capacidad que desconocía poseer. Sin embargo, unos segundos más tarde el canónigo de Mishakal bajo el símbolo sagrado meneando la cabeza y la luz que emanaba Txon se extinguió, para descontento de éste.
-¡Hey! ¿Qué ha pasado? –protestó, indignado.
-Lo lamento, pero es cierto lo que decíais –comentó el sacerdote, haciendo caso omiso de la indignación de Txon-. Me temo que ha pasado demasiado tiempo expuesto a la influencia de este malvado objeto y no es de extrañar que se haya modificado su conducta –Txon seguía protestando tratando de convencer al clérigo de que volviera a “encenderle” con esa luz tan “misteriosa”, pero Limentar lo hizo callar rápidamente, lo que no hizo sino aumentar el descontento del kender.
-¿Hay algo que podamos hacer? –preguntó el siervo de Habbakuk.
-Bueno, dada la importancia y la urgencia de vuestro cometido propondré una solución de urgencia. Normalmente, toma bastante tiempo rectificar los cambios producidos por objetos tan poderosos, pero creo que podré eliminar parte de su influencia con un conjuro –hizo una pausa y mirando significativamente a Limentar añadió-: el resto depende de vos.
-¿De mi? –se asombró el clérigo-. Imposible, no tengo suficiente poder para neutralizar algo tan poderoso.
-Claro, pero podréis ayudar a que no siga sufriendo la influencia maligna del cetro mientras buscáis la forma de erradicar la maldición por completo. Con vuestro poder podéis proteger a vuestros compañeros y a vos mismo contra las diversas formas de maldad. Utilizad esa gracia que nos otorgan los dioses y el Mal no hallará cabida en el seno de vuestro grupo –Limentar asintió enérgicamente con la cabeza, entendiendo al parecer las instrucciones que le impartía su superior.
Satisfecho con el comportamiento de aquél prometedor clérigo, el sacerdote volvió a encarar al kender y le pidió que se acercara.
-¿Voy a iluminarme de nuevo? –preguntó éste, esperanzado.
Pero, para desgracia de Txon, esta vez no hubo luces brillantes, ni gestos grandilocuentes y, para colmo, duró más de lo que al kender le hubiera gustado. Como pasó con John previamente, Txon no se sintió diferente tras el ritual del clérigo de Mishakal, lo que , a decir verdad, le decepcionó bastante. Tras toda esta charla y demostración de poder sagrado, el canónigo parecía realmente exhausto.
-Ahora debo descansar –musitó con voz entrecortada, mientras Michael acudía en su ayuda-. No os quepa duda que rezaré a Mishakal por el éxito de vuestra empresa. Espero volver a veros en un futuro próximo, en circunstancias más favorables. Hasta entonces, que la gracia de la Portadora de la Luz sea con vosotros.
Con estas palabras se despidieron del Hijo de Mishakal, que tanto había hecho por ellos.