El Ultimo Hogar

sábado, enero 10, 2009

I. Kender sorpresa

La tarde finalizaba y la primera estrella brillaba sobre el cielo de Palanthas. La inmensa urbe se sacudía con un acontecimiento acaecido pocas horas antes: unos aventureros recientemente llegados a la ciudad habían desmantelado con métodos muy expeditivos una banda de malhechores que operaba en la sombra y de la que las autoridades ni siquiera tenían noticia. Ahora, los responsables de aquel suceso comparecían ante el consejero de Sanidad y Salud Pública de Palanthas y recibían de sus manos la medalla de la ciudad y otros reconocimientos a su valor y a su valía. Después de la íntima ceremonía, Limentar Bonetti, clérigo de Habbakuk, Gän, el guardabosques enano de las Colinas y Txon Threepwood el jovial kender salían por la gran puerta de Palacio, orgullosos de su gesta y agotados por ella en la misma medida.
-Creo que deberíamos ir a echar un vistazo a ver como le ha ido a John -comentó el kender en referencia al cuarto integrante del grupo, que había sufrido los efectos de un veneno en la aventura y al término de ésta se había dirigido al Templo de Paladine para ser tratado.
-Y para entregarle su recompensa –añadió Limentar, mirando a Txon de manera significativa. Éste se encogió de hombros y compuso su inocente sonrisa.
- ¡Claro! –dijo y comenzó a andar a saltos en dirección al gran templo. Gän refunfuñó por lo bajo y ambos siguieron al infatigable kender, al que ni siquiera las numerosas heridas que había recibido en la batalla conseguían dañar su ánimo.

John Bladearm llegó por su propio pie a las puertas del Templo de Paladine. Aún quedando una parte del ala oeste sin construir todavía, la construcción se revelaba imponente, con sus enormes columnas, su impresionante fachada de mármol blanco y su cuidado jardín resplandeciente incluso tan avanzado como estaba el día. Pero a John, práctico como era, no le importaron estos detalles, pues sólo pensaba en sacarse del cuerpo el veneno que Michael, el clérigo de Mishakal, quien caminaba a su lado, la había dicho que corría por sus venas desde que se pinchara con la trampa que accionó al intentar abrir el cajón del siniestro jefe de la banda que habían desarticulado horas antes. Encararon las puertas metálicas que daban acceso al recinto trasponiéndolas sin la oposición que suponía tratar de hacer lo propio a plena luz del día, cuando el lugar se llenaba de curiosos y pedigüeños que se agolpaban en torno al Templo como moscas a la miel y penetraron de esa forma al interior del jardín que rodeaba al majestuoso edificio. Anduvieron prestos por el sendero de adoquines que llevaba hasta la escalinata de mármol la cuál desmbocaba en las dobles puertas de platino labradoas con el símbolo de Paladine. Cuando las atravesaron y se encontraron en el amplio recibidor, Michael le dijo al guerrero que esperara allí. En pocos minutos, el clérigo de Mishakal reaparecía por uno de los pasillos laterales, trayendo consigo a otro clérigo que vestía una túnica parecida y de cuyo pecho colgaba también el medallon con el símbolo del infinito de la diosa de la curación.
-Saludos, guerrero. El hermano Michael me ha explicado la situación y creo que no debemos demorarnos más. Acompañadme si sois tan amable.
Sin darle tiempo a responder se internó de nuevo por el mismo pasillo por el que había venido. John se apresuró detrás del clérigo y lo siguió por un corredor que se internaba en las profundidades del templo. Múltiples puertas se abrían a cada lado. El devoto de Mishakal abrió una y le indicó que pasara revelando una habitación mucho más austera de lo que John había imaginado dada la apariencia exterior del edificio y que se componía de un jergón relleno de paja, un pequeño escritorio y un armario pegado a la pared de la izquierda. Ni siquiera tenía ventanas.
-Tumbaos –ordenó el clérigo recién llegado, que ni siquiera se había presentado.
-Si señor.
La respuesta burlona de John, pronunciada en voz baja no llegó a oídos de su sanador, que, tras esperar a que el guerrero se recostase, le indicó que no se moviera. Comenzó entonces a pronunciar una letanía de palabras a la par que agarraba su medallón y posaba la otra mano sobre la frente del guerrero. Su voz fue repitiendo las palabras en una extraña cadencia hasta que, de pronto, todo terminó.
-¿Ya está? –preguntó John, quien no se sentía ni mejor ni peor que antes. Sin embargo, su salvador se veía cansado.
- Creo que si. Estáis libre del veneno –se dispuso a abandonar la sala pero John, haciendo gala una vez más de su oportunismo, le pidió que sanara, ya que estaba en ello, las heridas físicas que había sufrido. El clérigo, sorprendido por el descaro de su interlocutor, abrió mucho los ojos y miró desconecertado, primero al guerrero y después a Michael, que también se encontraba en la sala y que apartó la cara, avergonzado. Después, resignado, repitió una maniobra parecida a la que había llevado a cabo para extirparle el veneno, aunque esta vez John si que se sintió aliviado y pudo observar como algunas de sus laceraciones, contusiones y cortes, se cerraban ante sus ojos. Al acabar y en tono más serio, John volvió a dirigirse al sacerdote de Mishakal.
-Si no os importa, hay algo más que me gustaría comentaros –miró a Michael, quien había sido puesto sobre aviso de la charla que sobrevendría a continuación. El clérigo volvió su cabeza también y el joven sacerdote asintió con la cabeza, indicando a su superior que, por esta vez, tratarían un tema serio. Sin más preámbulos, el guerrero de Sirgel pasó a relatar la misión que les ocupaba a él y a su grupo desde que saliera de su pueblo natal acompañando a su difunto maestro. Así pues, narró el hallazgo accidental de la primera de las piezas del artefacto de Morgion a cargo de su maestro y su grupo en las minas del pueblo minero de Bargond y, aunque de manera más escueta, contó también como habían perdido la oportunidad de hacerse con el segundo fragmento del susodicho artefacto en las profundidades de la Sima en el centro del Mar Sangriento. Por último, puso al corriente al cada vez más asombrado sacerdote del extraño comportamiento del kender y de sus sospechas sobre la relación de su conducta con el cetro que portaba desde hacía bastante tiempo. Fuera oscurecía y Solinari se alzaba ya sobre las montañas del este que rodean Palanthas.
-Así que tal es la naturaleza de vuestra carga –musitó el clérigo pensativo-. Interesante. Es muy posible que sea tal y como sospecháis, guerrero… ¡Muy bien! –pareció decidirse-. Traedme al kender tan pronto como sea posible. ¡Michael, prepara la sala para el examen, yo iré a avisar a Elistan de inmediato! –de nuevo sin esperar contestación abandonó el cuarto.
-Y yo iré a esperarlos fuera –sugirió John-, así podrás cumplir con tu deber.
Encarando de nuevo el pasillo con las puertas en los lados, regresó al vestíbulo del templo y de allí salió al exterior, sentándose en los peldaños de mármol que ascendían hasta la entrada, se dispuso a esperar a sus compañeros, seguro de que tarde o temprano vendrían a buscarle. Contempló el verde jardín que se extendía ante sus pies y se recostó en la escalinata mirando al cielo. Pero sólo unos minutos más tarde, oyó el incesante parloteo del kender, que importunaba a sus compañeros con alguna de sus disparatadas teorías. Incorporándose, los recibió de pie apoyado en una de las columnas que sostenían el friso de la entrada.
-Si que habéis tardado –molestó-. ¿Qué tal la entrevista? ¿Os han colmado de acero? -preguntó sin muchas esperanzas y bastante más sorna-. ¿Hay algo para mí?
Con la mano extendida esperó a que sus compañeros llegaran hasta donde él estaba. Limentar, adelantándose al resto sacó de su túnica la recompensa: la medalla de la ciudad. Además le puso al corriente de las prerrogativas y honores que ésta conllevaba. Cuando hubo acabado, John se la quedó mirando un momento y murmurando algo para sí la guardó en su faltriquera.
-Por cierto. Nos esperan ahí dentro –señaló hacia el interior del templo.
Apenas hubo acabado de decir estas palabras, Michael, que al parecer había acabado la tarea encomendada, salió a su encuentro.
-Todo está listo. Podéis entrar.
Los guió hacia la misma habitación y una vez hubieron entrado, cerró la puerta tras de sí. La cama se encontraba apoyada en vertical contra la pared y el armario y el escritorio se habían movido a un rincón de la habitación, con el fin de dejar más espacio. Un bajo soporte de tres patas, con un pequeño cojín en su parte superior se hallaba cerca de donde se encontraba plantado el sacerdote de Mishakal que, en cuanto todos hubieron entrado, posó los ojos en el kender.
-Adelantaos –indicó sin más preámbulo.
Éste, encantado con ser el centro de atención, avanzo hasta el centro de la habitación y se quedó ahí plantado, con sus extrañas calzas, sus saquillos colgando y la mano extendida de la manera más cortés y digna que sabía. Gän ahogó una risita. El clérigo se acercó hasta él y le estrechó la mano. A continuación abordó el tema directamente.
-Txon, ¿verdad? ¿Me dejaríais ver el cetro que portáis, si sois tan amable?
De repente, la expresión del kender cambió por completo: retiró la mano bruscamente y la sonrisa se borró de su rostro, a la vez que, con un veloz movimiento, hacía ademán de requerir la inseparable daga que siempre llevaba a la cintura. Gän masculló un rudo juramento, mientras Limentar aferraba su símbolo sagrado, dispuesto a actuar si la situación lo requería. John por su parte se dispuso a detener al hombrecillo con sus propias manos. No obstante, nada de esto fue necesario pues el kender, en contra de lo que todos temían, introdujo su pequeña mano por el interior de su camisa y, sacando el cetro de su interior, se lo tendió al clérigo con la infantil y despreocupada sonrisa de nuevo en la cara. Un suspiro de alivio recorrió la habitación.
-Toma –dijo con voz aguda-. Ten cuidado, es peligroso.
-Muchas gracias pequeño kender –respondió el clérigo con una sonrisa. Cogiendo el cetro con un paño lo depositó encima del soporte que había hecho traer y acto seguido pronunció unas palabras a la vez que hacía una serie de gestos con una mano y con la otra sujetaba en lo alto el símbolo sagrado. Al cabo el kender pareció irradiar una tenue luz oscura, lo que hizo que Txon soltara un grito de alegría al descubrir una nueva capacidad que desconocía poseer. Sin embargo, unos segundos más tarde el canónigo de Mishakal bajo el símbolo sagrado meneando la cabeza y la luz que emanaba Txon se extinguió, para descontento de éste.
-¡Hey! ¿Qué ha pasado? –protestó, indignado.
-Lo lamento, pero es cierto lo que decíais –comentó el sacerdote, haciendo caso omiso de la indignación de Txon-. Me temo que ha pasado demasiado tiempo expuesto a la influencia de este malvado objeto y no es de extrañar que se haya modificado su conducta –Txon seguía protestando tratando de convencer al clérigo de que volviera a “encenderle” con esa luz tan “misteriosa”, pero Limentar lo hizo callar rápidamente, lo que no hizo sino aumentar el descontento del kender.
-¿Hay algo que podamos hacer? –preguntó el siervo de Habbakuk.
-Bueno, dada la importancia y la urgencia de vuestro cometido propondré una solución de urgencia. Normalmente, toma bastante tiempo rectificar los cambios producidos por objetos tan poderosos, pero creo que podré eliminar parte de su influencia con un conjuro –hizo una pausa y mirando significativamente a Limentar añadió-: el resto depende de vos.
-¿De mi? –se asombró el clérigo-. Imposible, no tengo suficiente poder para neutralizar algo tan poderoso.
-Claro, pero podréis ayudar a que no siga sufriendo la influencia maligna del cetro mientras buscáis la forma de erradicar la maldición por completo. Con vuestro poder podéis proteger a vuestros compañeros y a vos mismo contra las diversas formas de maldad. Utilizad esa gracia que nos otorgan los dioses y el Mal no hallará cabida en el seno de vuestro grupo –Limentar asintió enérgicamente con la cabeza, entendiendo al parecer las instrucciones que le impartía su superior.
Satisfecho con el comportamiento de aquél prometedor clérigo, el sacerdote volvió a encarar al kender y le pidió que se acercara.
-¿Voy a iluminarme de nuevo? –preguntó éste, esperanzado.
Pero, para desgracia de Txon, esta vez no hubo luces brillantes, ni gestos grandilocuentes y, para colmo, duró más de lo que al kender le hubiera gustado. Como pasó con John previamente, Txon no se sintió diferente tras el ritual del clérigo de Mishakal, lo que , a decir verdad, le decepcionó bastante. Tras toda esta charla y demostración de poder sagrado, el canónigo parecía realmente exhausto.
-Ahora debo descansar –musitó con voz entrecortada, mientras Michael acudía en su ayuda-. No os quepa duda que rezaré a Mishakal por el éxito de vuestra empresa. Espero volver a veros en un futuro próximo, en circunstancias más favorables. Hasta entonces, que la gracia de la Portadora de la Luz sea con vosotros.
Con estas palabras se despidieron del Hijo de Mishakal, que tanto había hecho por ellos.

miércoles, febrero 28, 2007

El camino hacia la Torre

Ramalad recogió sus cosas con presteza y salió de la casa de Theossil’tas. A la salida le esperaba ya Occo, la siempre impredecible clérigo de Sirrion, que había decidido acompañarle tras recibir la noticia de manos del mago encapuchado. En efecto, la semielfa declaró que lo acompañaría puesto que nadie más se iba a ofrecer y sin añadir palabra, había entrado también en la residencia del caudillo elfo y tras recoger sus cosas esperaba fuera al joven mago. Occo preguntó al mago la ruta que pensaban seguir y éste, resignado al parecer a que la clérigo lo acompañara en su viaje le mostró el mapa que le había dado el extraño mensajero. El pergamino poseía algún tipo de encantamiento y mostraba de manera detallada la zona de Ergoth del Sur en la que se encontraban: Qualimori, Silvamori, el bosque en el que éstos se hallaban y las montañas Fingaard aparecían en el pergamino representados claramente. Pero el mapa mostraba también una pequeña marca, que estaba señalada con un letrero en el que se leía “Ramalad”. El mago entendió que el hechizo del mapa estaba centrado en él y en el pergamino se irían plasmando las zonas por las que él fuera pasando, de manera que fuera imposible perderse hasta llegar a su destino: el misterioso bosque de Wayreth.
Entre ambos decidieron volver a Daltigoth, la ciudad por la que habían arribado a la isla meridional de Ergoth, y de allí tomar un barco que les condujera a uno de los puertos que se enclavaban en las costas de Abanasinia. Después se adentrarían a pie o montados en los bosques de Qualinesti hasta dar finalmente con el bosque de Wayreth, o mejor dicho, hasta que el bosque de Wayreth diera con ellos, pues por todos los magos es sabido que el bosque es indetectable para todos excepto para quien haya sido invitado expresamente.
De modo que, por sugerencia de Occo, fueron a buscar a Tanis y preguntar si era posible emplear uno o dos grifos para que les llevasen hasta Daltigoth o hasta sus inmediaciones y el semielfo, solícito, los acompaño hasta el establo donde se mantenía a las singulares monturas. El elfo que estaba a cargo del establo seleccionó a dos bestias bastante dóciles y manejables pero la clérigo de Sirrion no quedó muy convencida pues recordaba claramente su anterior experiencia con estos animales. Llevaron a los grifos al exterior, donde el cuidador les recordó someramente las normas básicas que debían cumplir y cuando estuvo seguro que los compañeros habían aprendido la lección, les rogó que una vez hubieran llegado, dejaran los grifos a cargo de un amigo suyo que poseía un gran zoológico en Daltigoth.
Sin más que añadir, se despidieron de Tanis y del elfo, dándoles las gracias desde el aire, antes de remontar finalmente el vuelo. El trayecto, por el contrario de lo que esperaba Occo, fue tranquilo, y tras unas horas sobrevolando las montañas Fingaard sin que Ramalad apartara la vista del mapa ni un solo momento, divisaron su destino. Resolvieron aterrizar en las inmediaciones de la urbe y entraron andando por la única puerta de la que dispone Daltigoth, con los grifos cogidos de las riendas. Se apresuraron a buscar el amigo del zoológico del que les había hablado el cuidador elfo y se deshicieron de los animales. Tras echar un vistazo al zoo, bajaron al puerto con la esperanza de encontrar algún navío que aceptara llevarlos hasta Abanasinia y emplearon el resto de la tarde en este quehacer. Encontraron pasaje a bordo de un mercante llamado ‘El Hipogrifo’, el cuál haría varias escalas en ciudades portuarias de la costa noroccidental de Abanasinia, como Zaradene y Ankatavaka. Le pagaron unas monedas de acero por adelantado y se despidieron del capitán de ‘El Hipogrifo’, citándose para partir a la mañana siguiente. Con las últimas luces buscaron una posada donde pernoctar, aunque esto no les llevó mucho tiempo pues Ramalad se acordaba de ‘La Roca Salada’ en la que habían hecho noche cuando iban acompañando a Tanis hacía el Qualimori. A ambos se les antojó muy lejano aquellos sucesos (ambos compartieron un último recuerdo para Thomen, el austero clérigo de Reorx caído durante el transcurso del episodio de la campana) cuando en realidad no hacía más de una semana que se encontraban en el mismo salón donde ahora debatían la mejor opción para desembarcar, inclinados sobre el mágico mapa del mago. Tras darle alguna que otra vuelta, acordaron desembarcar en Ankatavaka, pues los acercaba más a su destino final y además a Occo el nombre le sonaba vagamente familiar. Pasaron la noche sin sobresaltos y al día siguiente se encontraron de nuevo a bordo de ‘El Hipogrifo’. La travesía se les antojó bastante placentera, pues Ramalad pasaba la mayor parte del tiempo ocioso, estudiando fervientemente sus libros de magia y preparándose, más nervioso de lo que le hubiese gustado, para La Prueba mientras Occo congeniaba con todos los navegantes de a bordo, además de echar una mano en la cocina donde demostró en más de una ocasión su buena mano con los fogones. Además, la siempre ardiente clérigo de Sirrion se ganaba unas monedas extra con sus actuaciones nocturnas, en las que bailaba para la concurrencia ataviada con vestidos vaporosos y demás modelos que hacían hervir la sangre de marineros y pasajeros. De este modo se sucedieron los seis días que duró la travesía por el estrecho de Algoni hasta Ankatavaka.
La noche anterior al desembarco Ramalad recordó que había traído consigo algunos de los objetos encontrados en las criptas del templo de Morgion. Llamó poderosamente su atención un anillo de metal, liso, sin ningún tipo de ornamentos y forjado en un metal negruzco. Recitó unos versículos, mientras hacía un gesto con su mano y el aro comenzó a brillar, señal inequívoca de que estaba imbuido por la magia, de manera que acondicionó su camarote para pasar el resto de la noche trabajando en descubrir las propiedades del anillo. El mago sabía que el proceso lo agotaría y lamentó su torpeza por no haberse acordado antes. No obstante, apartó tales pensamientos de su cabeza y comenzó el ritual. Acostumbrado ya al vaivén que producía la nave meciéndose sobre las olas, no le resultó muy difícil concentrarse y por fin, cuando el sol asomaba por el ventanuco del que disponía su cuarto, Ramald asintió con la cabeza sonriendo y se desplomó.
Lo encontró Occo unas horas más tarde, cuando llegó la hora de desembarcar al fin en tierra firme. Por suerte, el mago había sido previsor y dejó preparadas sus pertenencias antes del ritual. Además, la clérigo había pagado con el dinero que había recaudado de sus numeritos a bordo, por lo que se despidieron amablemente del capitán y descendieron a Ankatavaka, Occo ayudando siempre a su compañero, que se encontraba físicamente agotado.
En cuanto pusieron pie en los muelles de la concurrida ciudad, la sacerdotisa recordó de pronto que efectivamente conocía la historia de la urbe. Ankatavaka fue hace mucho mucho tiempo, antes del Cataclismo, una de las joyas del desaparecido imperio de Ergoth y uno de los centros religiosos más importantes del orbe, crisol de sabiduría y de conocimientos que se almacenaban en una gran biblioteca, dedicada casi exclusivamente a los dioses, a todos ellos, e incluía también algunos manuscritos más recientes que versaban sobre la nueva religión. Destruido el imperio por la montaña de fuego arrojada por los dioses para castigar la soberbia del Príncipe de los Sacerdotes, Ankatavaka perdió su influencia y corrió, en tiempos posteriores al Cataclismo, una suerte pareja a la de tantas otras localidades en Krynn. Como los verdaderos clérigos habían desaparecido, los Buscadores, una nueva religión aparecida en esos años tumultuosos, se hicieron cargo del gobierno de la ciudad, situada ahora en las costas occidentales de Abanasinia y separada de Ergoth del Sur por el estrecho de Algoni, que acababan de cruzar a bordo de ‘El Hipogrifo’. Occo ignoraba que había sido de los dignatarios tras la vuelta de los dioses y así se lo hizo saber a un extenuado Ramalad quien, no obstante, escuchaba las explicaciones de su compañera con toda la atención que era capaz de prestar en su estado.
Buscaron rápidamente una posada donde hospedarse durante el tiempo que necesitaran permanecer en la ciudad. Guiados por las indicaciones de los numerosos y amables transeúntes que pululaban por las calles, encontraron una emplazada en una amplia avenida, cerca de la plaza central. Allí pasó el mago el resto del día, recuperándose del tremendo esfuerzo físico y mental que había tenido que realizar.
Por su parte, Occo se encargó de hablar con el posadero y entre los dos acordar la suma a pagar por un día en el establecimiento. Resuelto este punto se hizo servir un plato de comida y tras dar buena cuenta de él, salió a explorar una ciudad que se le antojaba prometedora y mucho más después de recordar su historia. Dio un pequeño rodeo por las calles y enseguida llamó poderosamente su atención un gran edificio situado cerca de la posada en la que se había instalado y que reconoció como una biblioteca. Le vino a la cabeza otra de sus lecciones de historia. La biblioteca de Ankatavaka contenía una de las mayores fuentes de sabiduría divina de todo Ansalon, pues la oligarquía dominante de la urbe había recogido en numerosos escritos el vasto conocimiento que poseían acerca de los dioses. Ignoraba la clérigo si tan enorme acervo religioso había sobrevivido al Cataclismo y sintió curiosidad por conocer los tesoros que guardaban aquellos muros. Existía además otra razón por la que la humana se sentía empujada a traspasar las dobles puertas que guardaban la entrada de la biblioteca: estaba confusa. Notaba flaquear en su interior la llama de su fe hacia Sirrion, podía sentirlo cada mañana, cuando elevaba hacia su dios sus plegarias con los primeros rayos del ardiente sol. No sentía aquella cálida sensación que antaño inundara su ser tras los rezos, le parecía que él no los escuchaba y necesitaba acercarse de nuevo a la inextinguible llama de su señor para derretir las dudas que albergaba su espíritu. De modo que, con resolución se encaminó hacia las puertas del edificio y entró.
Pasó toda la tarde entre libros, pergaminos y manuscritos y cuando vino a darse cuenta la noche había caído sobre Ankatavaka y un amable bibliotecario le comunicaba que debían cerrar el edificio. Salió al exterior cansada, pero exultante y satisfecha y se dirigió hacia la posada.
Cuando entró al establecimiento se encontró con que Ramalad se había restablecido por completo y sentado a solas en una mesa cercana a la chimenea, comía con ganas un buen plato de algún tipo de guiso. El mago interrumpió un segundo su cena para saludarla con la cabeza cuando entró por la puerta y a continuación volvió a centrar su atención en el suculento plato. Fue directa hacia la mesa y tras preguntarle a su compañero por su estado y constatar que todo estaba en orden, encargó a una de las camareras cena para ella. Acabada ésta y cuando hubieron retirado los restos de comida de la mesa, pidieron unas copas de vino para alegrarse la velada y Occo narró al hechicero los sucesos más importantes de su tarde. Tras la escueta parla se dispusieron a verificar la ruta que habían de tomar al día siguiente cuando abandonaran la renacida ciudad. No había terminado Ramalad de extender el mapa encantado que le diera el arcano mensajero cuando una figura se acercó hasta su mesa. Vestía una túnica azul larga que lo identificaba inequívocamente como clérigo, lo cuál no extrañó a ninguno de los dos amigos dada la masiva afluencia de ellos que recibía de nuevo Ankatavaka. Pendía de su cuello un medallón que el hombre exhibía con orgullo y en el que se podía observar el símbolo universal del infinito, un bucle entrelazado que no tenía ni principio ni fin: el símbolo de Mishakal. Se presentó el recién llegado como Michael y pidió permiso para sentarse y compartir una copa de vino con la pareja. Guardando de nuevo el pergamino, ambos mostraron su conformidad y encargando el prometido mosto, les interrogó sobre cuestiones intrascendentes. Era un buen conversador y bastante cortés y agradable y todos pasaron una placentera velada. Compartieron con él el motivo de su viaje y el hermano Michael les informó acerca de una pareja de aventureros amigos suyos que tal vez pudieran acompañarlos, para hacer más seguro su viaje. Les dijo sus nombres y donde encontrarlos (en otra de las posadas de la ciudad), lo que le valió el sincero agradecimiento de los dos. Siguió la conversación por derroteros poco trascendentes hasta que el clérigo de Mishakal, a petición de ambos, les relató los pormenores de la historia de la ciudad. Occo se sorprendió al conocer que la oligarquía de Buscadores que se hiciera cargo del gobierno del burgo antes de la Guerra de la Lanza, había abrazado con fervor el regreso de las antiguas divinidades, dándose de nuevo una situación en el gobierno de Ankatavaka similar a la que existía cuando todavía pertenecía al gran imperio de Ergoth. No obstante el siempre incisivo hechicero detectó que algo faltaba en el relato y tirando del hilo consiguió sonsacar al ahora preocupado eclesiástico una historia más fascinante y truculenta. Resultaba que no todos los Buscadores decidieron adorar a deidades benignas o neutrales. Un antiguo Buscador llamado y que ocupaba un puesto prominente en la jerarquía dirigente, se sintió inmensamente atraído por el poder destructivo de Sargonnas, el dios de la venganza, actitud que según los que le conocían, o creían hacerlo, casaba perfectamente con su temperamento. De modo que decidió rendir culto a tan oscura deidad, lo que no fue visto con buenos ojos por sus colegas que alegaban podría suponer un obstáculo para el incipiente renacer de la urbe y resolvieron apartarlo del gobierno. Como era de esperar, el oscuro personaje no se tomó precisamente bien la decisión de sus hasta entonces iguales y abandonó la ciudad, jurando que su papel en el mando de la misma no había de concluir por mandato de nadie, salvo de su dios. Hasta el momento, contó Michael, no habían vuelto a tener noticias suyas si bien algunos espías aseguraban haberle visto en las proximidades de la ciudad, aunque nadie había sufrido percance alguno.
Tras acabar su historia el clérigo de Mishakal se disculpó y alegó que debía encontrarse en el templo de su diosa para la oración nocturna. Deseándoles suerte y recordándoles pasar por la posada y conferenciar con sus recomendados, pagó los vinos y desapareció por la puerta de la calle. Quedaron de nuevo los compañeros en su mesa y tras debatirlo unos breves instantes, decidieron hacer caso al jovial clérigo y partieron en busca de la susodicha posada. Establecimiento de renombre dentro de la joven ciudad, no se podía considerar lujoso, aunque si parecía más cómodo y mejor acondicionado que el tugurio donde se hospedaban. Encontraron rápidamente a la pareja por las descripciones bastante ajustadas que les había facilitado el clérigo de Mishakal y se llegaron hasta su mesa portando cuatro jarras de cerveza. Se trataba de una mujer humana y un achaparrado y robusto hombrecillo, a todas luces miembro de la raza enana. Tras presentarse y aclarar que venían de parte del hermano Michael, les expusieron su petición de viajar juntos hasta el linde del bosque de Qualinesti y el enano pidió, sin consultar siquiera a su compañera, que se les pagase por sus servicios de guardaespaldas. Como ni Ramalad ni Occo estaban dispuestos a soltar prenda por tales favores, no llegaron a ningún tipo de acuerdo y tras apurar las cervezas (el mago ni siquiera terminó la suya), regresaron como habían venido a la posada en la que se hospedaban.

jueves, enero 04, 2007

Aventuras en el mar y en tierra

Pasó cierto tiempo hasta que Sir Sánchez pudo recuperar la movilidad y cuando al fin pudo caminar, se pusieron en marcha de nuevo hacia la ciudad, habiendo decidido entregar también al guerrero capturado a la justicia local. Por el camino se reunieron con Tanis de nuevo, que venía de explorar el bosque sin resultado alguno como bien sabían los compañeros, así que fueron relatando al semielfo la escaramuza en el claro mientras regresaban a la ciudad con el prisionero. Lo entregaron en el mismo lugar en el que se habían despedido de los corsarios cautivos y retornaron todos a bordo del Fénix de los Mares, donde pasaron la noche sin más sobresaltos. Al día siguiente, la nave levó anclas, izó velas y partió del ya ajetreado puerto de Hylo.
Algunos de los compañeros habían sido heridos en la pelea en los bosques de Hylo así que fueron enviados a la enfermería. Sir Sánchez, aparte de la incómoda experiencia sufrida no presentaba rasguño alguno así que continuó con la tarea a la que se había dedicado prácticamente desde que embarcara en el puerto de Daltigoth y ayudó a sanar y cuidar a los heridos que convalecían en el camarote-enfermería.
En el transcurso de la travesía, el honesto caballero trabó amistad con un extraño personaje que también oficiaba de curandero de abordo. Se trataba de un extraño elfo, reservado y misterioso que respondía al nombre de Lëno y que poseía una amplia destreza como sanador. El Caballero de Solamnia contemplaba con aprobación el esfuerzo y la dedicación con las que trataba a los postrados en la enfermería y muchos de los que salieron de allí de una pieza lo hicieron gracias a sus habilidades. De esta forma los dos días siguientes transcurrieron apaciblemente, sin incidentes digno de mención y buen tiempo, que hicieron que el Fénix de los Mares navegara a un ritmo excelente hacia su siguiente escala, que no era otra que Palanthas, capital de Solamnia.
Sin embargo al siguiente día, el 12º, el cielo se tiñó de negro y densos nubarrones lo cubrieron casi en su totalidad, descargando una lluvia tenaz y persistente que dificultaba la visión y el trabajo en cubierta. Acompañaba al aguacero un fuerte viento que picaba el mar levantando olas de varios metros de altura y azotaba el velamen, el cual fue arriado por temor a que se rasgara o las jarcias se rompieran. Aquel fue un día difícil a bordo del Fénix de los Mares y pocos consiguieron conciliar el sueño en sus camarotes, sobre todo porque en lugar de amainar, a medida que avanzaba la noche arreciaron viento y lluvia y las olas del mar embravecido estallaban en cubierta al despuntar el alba. Estaban atrapados en mitad de una tempestad, a pocas millas de la bahía de Branchala. El capitán Kuro se hizo oír en cubierta, elevando la voz por encima del rugido del mar y dio órdenes precisas para que unos se quedaran en cubierta y otros fueran a guarecerse en las bodegas, a la espera de ser llamados para sustituir a quien lo precisara, ya fuera por agotamiento o por otra causa. En cuanto a los compañeros, Gän, John y Zifnab se quedaron en cubierta a la espera de las indicaciones pertinentes. Sir Sánchez también quiso, como era su deber, estar en primera línea y abandonó la enfermería sabiendo que dejaba los herido y enfermos en las buenas manos de Lëno. Txon por su parte, se lo pasaba en grande subido a lo alto de la cofa y oficiando de vigía para alivio de su compañero, que bajó de lo alto del mástil en cuanto tuvo oportunidad.
Gän atisbó entre la tormenta un grupo de marineros manejando una serie de cabos. El enano, característicamente tozudo, no había querido aprender nada sobre navegación (y en ese momento le temblaban las rodillas, aunque nunca lo admitiría en público) así que desconocía por completo lo que aquellos hombres pretendían tirando de la soga, pero si comprendió que su fuerza ayudaría a salvarlos del desastre. De modo que llegó tambaleándose a donde se encontraban los marineros y colaboró durante lo que a él le parecieron horas tirando y soltando la cuerda según le iban indicando.
John se encontraba cerca del castillo de popa y por encima de su cabeza podía oír a pesar de la tormenta los gritos de los hombres que se esforzaban por gobernar el indómito timón. Así que ágilmente subió las escaleras del y ayudó a los marineros con la rueda del timón, que parecía más dócil ante la enorme fuerza del guerrero.
Sir Sánchez se encontró en mitad del caos sin saber que hacer. A su lado oyó un chasquido como un látigo y un cabo suelto le golpeó con una fuerza descomunal en mitad del pecho y a punto estuvo de hacerlo caer. Varios marineros llegaron a su lado tratando de aferrar el cabo suelto, que se contoneaba y agitaba descontrolado, como si hubiera sido transformado en una serpiente enfurecida. Sir Sánchez trató de agarrarlo avanzando un paso, pero la enloquecida cuerda propinó un segundo latigazo al tenaz caballero. Los marineros también intentaron asir el cabo sin éxito alguno y recibiendo algunos golpes también. Por fin, un tercer intento de Sir Sánchez dio sus frutos y una vez lo hubo aferrado los demás hombres lo ayudaron a afianzarlo de nuevo, tras lo que el siempre voluntarioso caballero salió corriendo por la cubierta, dispuesto a ayudar en cualquier otra empresa.
Zifnab era consciente de los problemas del Caballero de Solamnia, pues se hallaba relativamente cerca de él, de modo que se dispuso a avanzar hacia donde Sir Sánchez se encontraba. No obstante se le hacía tremendamente complicado andar por la cubierta con semejante vaivén así que caminaba lentamente aferrado a la baranda de estribor. Una enorme ola se alzó sobre él barriendo la cubierta y Zifnab tuvo tiempo para asirse con todas sus fuerzas a la barandilla, cerrando los ojos y esperando que sus fuerzas aguantaran el tremendo embate del océano. De repente oyó un gritó y abrió los ojos para ver como un marinero era arrastrado por el agua que se retiraba de la cubierta, succionándolo hacia la negra boca abierta que era el mar. Se deslizaba el desdichado hacia la misma borda en que se hallaba el mago de túnica verde y éste, sin pensarlo se dejó llevar también por la resaca hasta que alcanzó al marinero. La ola levantó a ambos hombre por encima de la barandilla, pero Zifnab, en un alarde de fuerza y audacia, se agarró como pudo en el último momento a la barra de madera, salvando al grumete y a él mismo de una muerte más que probable. Otros marineros que contemplaban horrorizados la escena, acudieron rápidamente a socorrer al mago y mirándolo con admiración por la proeza realizada llevaron a su aturdido compañero hacia la seguridad de las bodegas.
Estas y otras fueron las dificultades con las que la tripulación entera se encontró mientras duró la tormenta y , tras un espacio de tiempo que nadie supo precisar, por fin el océano pareció admitir su derrota. La tempestad amainó un tanto y las olas disminuyeron su altura. Cuando lo peor hubo pasado muchos hombres, agotados, heridos o ambas cosas, fueron relevados por sus compañeros que se resguardaban en las entrañas del Fénix de los Mares y finalmente la nave dejo de correr serio peligro.
Con todo, al día siguiente (14º) los compañeros entraban por el embudo natural que constituye la bahía de Branchala y poco después del mediodía arribaban al gran puerto de la ciudad de Palanthas. El grupo esperó pacientemente en cubierta a que los marineros realizasen la ya familiar maniobra de atraque y desplegaran la pasarela y cuando por fin el Fénix de los Mares echó el áncora en el puerto, descendieron por la tabla inclinada llegando por fin a la gran urbe. Lo primero fue el control del puerto, en el que a John se le confiscaron sus armas (espada, daga y arco) debido a la orden de prohibición de portar armas mientras estuviese en la ciudad que pesaba sobre él tras el incidente que tuvo en anteriores visitas a la capital de Solamnia. Después y como venía siendo costumbre, el grupo se disgregó y cada cual se fue por su lado, a saber:
Zifnab se fue con Lëno, que había decidido acompañar a tan variopinto grupo, a la Gran Biblioteca de Palanthas, ávidos ambos de los muchos conocimientos que ésta ofrecía. Cuando llegaron, un esteta de los que allí residían les preguntó el motivo de su visita, diferente en cada uno, ya que Lëno estaba interesado en ahondar en los misterios de Chislev, diosa neutral de la naturaleza, buscando no asuntos referentes a la propia la deidad por la que Lëno no sentía especial devoción (ni por ésta ni por ninguna otra), sino por encontrar nuevas formas y caminos de comunicación con la Naturaleza en sí. Búsqueda , por otro lado, demasiado exigente para el poco tiempo del que disponía y cuando se vino a dar cuenta, Solinari y Lunitari lanzaban sus rayos multicolores a través de la ventana abierta de la habitación donde se hallaba. Cerró pues el volumen que sostenía entre manos y salió del edificio dirigiéndose de nuevo al puerto.
Zifnab se separó del curandero elfo y se encaminó a la sección de la Gran Biblioteca que versaba sobre el estudio de la magia. Preguntó a un acólito que estudiaba concienzudo en la zona si podía tener acceso a algún pergamino o libro de conjuros, pero al parecer había que tener algún tipo de salvoconducto para poder consultar tales documentos, así que, tras averiguar del mismo estudiante la forma de obtenerlos, salió del recinto y se encaminó al Palacio donde perdió el resto de tarde en trámites burocráticos.
Sir Sánchez y Kaldor Knorr fueron a la Casa de los Caballeros, pues ambos habían discutido ya a bordo la posibilidad de solicitar el avanzar a la Orden de la Espada, siguiente eslabón en la jerarquía de los Caballeros de Solamnia y de ese modo se encaminaron al cuartel principal de la orden fuera de la Torre del Sumo Sacerdote. Tras presentarse ante la guardia de la entrada fueron llevados a una sala de espera, donde aguardaron mientras un escriba anotaba sus nombres. Al poco, les hicieron pasar a una sala tribunal contigua a la habitación que habían dejado, acompañados del cronista. En el tribunal se hallaba sentado un solo hombre, vestido con una larga túnica sobre armadura metálica y que se presentó como Valthan Swordguard, Caballero de la Espada de mayor rango presente en ese momento en la Casa de los Caballeros. Estuvo largo rato hojeando una serie de pergaminos, mientras los dos caballeros esperaban paciente y obedientemente y el escriba seguía tomando nota de cuanto acontecía en la sala, que hasta entonces, no era mucho. Cuando el Caballero de la Espada terminó los miró a ambos largamente y, tras reprenderlos por haber descuidado la orden de reportar en el Templo de Paladine todo cuanto aconteciese respecto a la misión del Cetro de la Muerte Ardiente (al parecer aquellos legajos contenían información pormenorizada de sus trayectorias), les comunicó, en un tono más benévolo, que lamentaba no poder atender su petición ante la imposibilidad de reunir consejo, lo que significaba que el avance a la siguiente orden quedaba postergado hasta que pudieran reunirse en consejo oficial. No obstante recomendó encarecidamente a los Caballeros de la Corona que cumpliesen la misión en la que todavía se encontraban inmersos, ya que jugaría un importante papel en la cuestión de promoción y además podría reunir un consejo oficial para que todo se llevase a cabo de forma debida. Sin añadir nada más Valthan les despidió con sus bendiciones instándoles a que cumpliesen la tarea de informar al Templo de Paladine y se preparasen para la importante misión que deberían cumplir. Tristes pero esperanzados, los dos compañeros se apresuraron al Templo para cumplir con su deber.
John Bladearm, harto de tener que entregar su arma cada vez que entraba en la ciudad resolvió ir con Tanis el semielfo, que se dirigía nada menos que al palacio para entrevistarse con Amothus. Comentó antes que nada su intención con Tanis y le pidió que mediara en el asunto, usando su influencia para conseguir su propósito. El semielfo, con cara de resignación, accedió a los ruegos del guerrero y ambos anduvieron hasta el palacio. Allí fueron recibidos prestamente por los funcionarios al servicio de Amothus que ya conocían de sobra al Héroe de la Lanza, si bien Tanis consideró más adecuado que John no estuviera presente cuando realizara la petición, de manera que le hicieron esperar en una sala de la planta baja del castillo. Tras un rato de aburrida espera para el guerrero de Sirgel, Tanis en persona descendió por las escaleras de palacio portando un documento firmado de puño y letra de Amothus y con el sello del propio gobernador de Palanthas, de modo que John solo tuvo que ir con él al puerto y sus armas le fueron devueltas sin ninguna objeción.
Por último, Txon y Gän fueron, como no podía ser de otra forma, al mercado. Situado fuera de la muralla de la Ciudad Vieja, el mercado de Palanthas era un vasto lugar en el que se daban cita todo tipo de personas de cualquier condición y raza para buscar los objetos y mercancías más insólitos. Todo lo que se pudiera comprar y adquirir, ya fuera de forma tradicional o de manera menos ortodoxa, desde simples encurtidos o pescado hasta joyas traídas del corazón de las montañas Kharolis, se podía encontrar en aquel lugar si sabías dónde y cómo buscarlo. Txon y Gän traspusieron las antiguas puertas de la ciudad y se encontraron inmersos de lleno en un mundo ya conocido para el travieso kender, pero totalmente nuevo para el reservado enano. Txon abría la marcha y el enano lo seguía mirándolo todo muy atento y sin tenerlas todas consigo, ya que aquello era bien diferente a su acostumbrada vida solitaria en los bosques. Tras caminar durante cierto tiempo, Txon pareció haber encontrado un lugar de su agrado. El lugar en cuestión era una pequeña carpa violeta que se alzaba unos cuatro metros y en cuya puerta se encontraba un individuo enorme parado sobre sus pies y los brazos cruzados sobre el pecho. Era de tez negra y su cabeza sobresalía por encima del montón de curiosos que se arracimaban en el exterior de la tienda. Txon, con facilidad (y Gän con menos soltura) se deslizó hasta la entrada, a los pies mismos del enorme hombre negro y en cuanto alcanzó el portal del establecimiento apareció por el umbral un individuo bajo, regordete, de tez cetrina y con un turbante liado a la cabeza. Hablaba casi tan rápido como el kender y con marcado acento y en un abrir y cerrar de ojos, tras mantener una conversación de la que el asombrado enano logró captar dos o tres palabras sueltas cual si hablaran un idioma desconocido, entraron al interior de la lona. El negro siguió al mercader y a los dos hombrecillos y su sola presencia mantenía a raya a los curiosos, que no se atrevieron a dar un paso más allá de la entrada. El interior de la misma era muy sencillo: un mostrador desmontable se extendía de lado a lado de la lona a pocos pasos de la entrada, de modo que el cliente solo podía moverse en un espacio bastante reducido. Detrás de este mostrador había una sólida pared de madera con una puerta y algunas cajas apiladas contra ella. Al parecer, la carpa había sido levantada sobre un pequeño almacén que era donde el mercader guardaba su mercancía, de la que mostró algunos objetos que Txon acabó desestimando. No obstante, tras una última visita al interior de la construcción de madera, el mercader volvió con un justillo de cuero bien lustrado y de apariencia resistente, además de tamaño kender y que, según afirmó el mercader, había pertenecido al mismísimo Tío Saltatrampas. Txon quiso pagar al comerciante con algunos objetos obtenidos en sus aventuras, tales como cubiertos de oro y plata, pequeñas joyas y abalorios que había “rescatado” del cubil de la cría de dragón azul en Bargond, pero el mercachifle no quiso saber nada de otra cosa que no fuera acero contante y sonante, así que la compra acabó en malos modos y despedidas apresuradas al cernirse sobre los dos amigos la sombra amenazante del enorme guardaespaldas. Pero por todos es sabido que los kenders difícilmente se conforman con un no por respuesta.
Txon y Gän volvieron al puerto, a la dársena donde se hallaba fondeado el Fénix de los Mares y allí se encontrarn con Lëno que según les contó, volvía directamente de la Gran Biblioteca. Sin saber que hacer, fueron los tres a cenar a una posada cercana al puerto, donde el kender expresó su deseo de volver más tarde a la tienda de la armadura. Sus dos camaradas no dijeron nada: Gän estaba disgustado por el trato recibido y no le impidió tal acción y Lëno por su parte sonrió divertido ante la perspectiva, pues nunca había tratado con kenders y le picaba la curiosidad. Así, tras terminar la cena, los tres cruzaron la Ciudad Vieja y su muralla, adentrándose en el distrito comercial. Aún de noche, el mercado bullía de actividad pues la miríada de tabernas que allí se enclavaban hacían su agosto cuando los comercios cerraban sus puertas y los agotados transeúntes buscaban un lugar asequible para remojar el gaznate. Además, algunos comercios no muy escrupulosos con la ley postergaban las ventas hasta altas horas de la noche, por lo que a los tres compañeros no les fue muy difícil llegarse hasta la tienda de la carpa morada sin levantar muchas sospechas. Gän se ocultó en las sombras de un edificio cercano atento a la calle por si a algún borracho o ronda de alguaciles se les ocurría dejarse caer por la zona y Lëno y el kender se acercaron a reconocer la tienda. Rodearon la carpa y el kender pegó la oreja muy despacio a la lona. Acertó a oír una voz con acento, sin duda perteneciente al mercader, mezclada con el tintineo inconfundible del dinero. Pacientemente y sin hacer ningún ruido, los dos esperaron hasta que la voz se apagó y no oyeron nada más durante un rato. La carpa estaba tensa debido a las cuerdas clavadas con piquetas que la sujetaban al suelo, lo que hacía imposible pasar por debajo de la tela, de modo que el kender sacó su daga y con mucho cuidado para no ser oído, hizo un pequeño corte en la lona, lo suficientemente grande para que cupiera su menudo cuerpo. Se encontró frente a una pared de madera que supuso sería la pared lateral del almacén y unas cajas bloqueaban el paso hacía la parte delantera de la tienda, donde había estado por la tarde en compañía de Gän. Esperó unos segundos para comprobar si había sido oído y a continuación se giró hacia las cajas y oteó el interior del mostrador. El enorme hombre negro se encontraba plantado frente a la puerta de entrada al almacén, frustrando las esperanzas del kender y el trémulo plan que había forjado. No obstante y lejos de darse por vencido, resolvió subir al techo de la estructura para buscar cualquier otra ruta, se manera que se encaramó a las cajas que tenía frente a él. Pero cuando trataba de subir, una caja vacía se tambaleó bajo su peso, haciendo el suficiente ruido como para alertar al guardaespaldas, el cuál, en cuanto se hubo percatado, golpeó la puerta del almacén con una violencia que parecía que iba a derribarla y después miró en derredor para buscar al ladronzuelo imprudente que se había colado en la tienda. Descubrió a Txon en el mismo momento que éste conseguía trepar definitivamente al techo y si lo reconoció no mostró ningún signo de ello, sino que fue directamente hacia él tratando de agarrarlo por el tobillo. Por fortuna Txon era más ágil y evitó la manaza del hombre que intentaba aferrarlo desde abajo. Del interior de la tienda comenzaron a surgir gritos agudos llamando a la guardia y Gän, que seguía en su posición, puso pies en polvorosa en cuanto oyó los gritos. Otro tanto hizo Lëno al ver salir por la abertura practicada con anterioridad por el kender al propio Txon, corriendo como alma que lleva el diablo tras saltar directamente del tajado del almacén de madera al suelo. Los tres se encontraron en la muralla de la Ciudad Vieja y caminando apresuradamente volvieron de nuevo a bordo del Fénix de los Mares, rogando para que la nave zarpara al día siguiente antes de que los detalles del incidente llegaran a oídos inapropiados.

martes, noviembre 21, 2006

Idas y venidas

Participaron en esta sesión: Kaldor Knor, Caballero de la Corona; Sir Sánchez, también Caballero de Solamnia del mismo rango; -------, mago túnica blanca; Zifnab, mago humano; Gän, enano guardabosques; John Bladearm, guerrero humano de Sirgel; Txon el kender.

Aunque extenuado tras su arduo combate, Sir Sánchez se dedicó tras la batalla a recorrer la cubierta tratando de ayudar a heridos y moribundos. Se organizó un pequeño grupo destinado a tal fin, encabezado por un marinero que había sido cirujano barbero antes de embarcarse y de esta forma, Sir Sánchez pasó las siguientes horas aplicando sus conocimientos sobre curación a los algo más de la docena de heridos que todavía permanecían sobre la cubierta. Pasado un tiempo otro marinero cifró en la decena a los compañeros que habían caído al mar a causa del impacto de los cañonazos en la cubierta del Fénix de los Mares, si bien rescataron con vida a dos de ellos y a uno de los piratas que había resbalado en la cuerda con la grasa de Zifnab. El resto del grupo se retiró a descansar y el mago verde fue enviado al camarote que hacía las veces de enfermería. Aquella noche no hubo fiesta a bordo del Fénix de los Mares.
El día siguiente amaneció claro y soleado, como si nada hubiera ocurrido, y así se mantuvo toda la mañana. La enfermería proseguía su febril actividad y hacia allí se dirigió Sir Sánchez, tras sus rezos matutinos, dispuesto una vez más a echar una mano en lo que pudiera. Aplicó sus conocimientos y su fe sobre los heridos que todavía lo necesitaban y pasó allí el resto del día. Zifnab, por su parte, se encontraba estable y por lo visto solo necesitaba reposo para recuperarse completamente. Charlaba animosamente con Sir Sánchez, pidiéndole al caballero que le relatara la parte de la batalla que se había perdido y se congratuló especialmente cuando éste le contó como John había acabado con su agresor.
Lo de Txon era otra historia. Su perenne carácter alegre había desaparecido, trocándose en una apatía que encogía el alma, y ni siquiera quiso subirse a la cofa. Mathus estaba desesperado y hasta John, que agradecía sobremanera el cambio experimentado por el kender, se sorprendió así mismo tratando de animar al afligido hombrecillo.
A media mañana, justo antes de la hora de comer, Tanis hizo acto de presencia en cubierta y Kaldor sugirió al semielfo que interrogaran a los piratas que habían hecho prisioneros. Aunque poco convencido, Tanis accedió a las peticiones del Caballero de Solamnia y juntos se dirigieron a las bodegas donde mantenían cautivos a los corsarios. Dos marineros custodiaban la entrada y cuando entraron, encontraron a los prisioneros atados por las muñecas descansando apoyados en la pared. Tras unas cuantas preguntas, de las que Kaldor no obtuvo ningún tipo de información valiosa, se les informó a los prisioneros que iban a ser puestos a disposición de la justicia tan pronto arribaran a Ergoth del Norte, noticia que fue aceptada con resignación e indiferencia por parte de los piratas. Sin más que añadir por ninguna de las dos partes, Kaldor y Tanis salieron de nuevo de la improvisada celda.
Después de la comida y viendo la situación calma de la mar, la tripulación se permitió un placentero descanso después de las tensiones vividas en las últimas horas. Un espeso letargo parecía haberse extendido sobre la nave, cubriéndola como una mullida manta. No obstante, el vigía sacó a todos del merecido descanso con un nuevo grito de “¡barco a la vista!”, tras el que todo el mundo a bordo sintió de nuevo la amenaza sobre sus cabezas. Jango salió del camarote del capitán como alma que lleva el diablo, catalejo en mano y gritándole al vigía que le indicara la posición. Cuando el contramaestre dirigió su vista hacia donde le decía al vigilante, dio un suspiro de alivio y comentó a los que le rodeaban que solo se trataba de un barco mercante que venía del norte. Dio órdenes al timonel para que se pusiese a su altura con el fin de poder parlamentar con su capitán, un viejo conocido suyo de cuando solo eran unos grumetes, según explicó. En efecto, la otra nave también maniobró de forma que ambas embarcaciones navegaban ahora paralelamente, de una forma parecida a como se había producido el abordaje por parte de los piratas. El capitán del otro barco se apoyaba en la barandilla de estribor, mientras que Jango saludaba desde babor en el Fénix de los Mares. Tras los saludos pertinentes y tras informar Jango de hacia donde pensaban dirigirse, el capitán del otro navío mostró su preocupación: según había oído, extraños sucesos acaecían en Ergoth y en el norte en general. Se oía hablar de una nueva guerra, de que los ejércitos del Dragón se hacían fuertes otra vez y de otras supercherías. Por todo esto, había aceptado un trabajo que le llevaría al sur por un tiempo, alejándolos a él y a su tripulación de eventuales peligros, y recomendó a Jango que hiciera lo mismo. Dándole las gracias por su preocupación, ambos se despidieron cordialmente y las naves tomaron direcciones opuestas. El sopor en que se hallaban sumidos los tripulantes había dado paso a un sentimiento general de malestar causado por las palabras del capitán del navío mercante, si bien el resto del día trascurrió con total normalidad.
Pero cuando llego el nuevo día unos densos nubarrones cubrían por completo el cielo, creando un ambiente opresivo y tenebroso que no contribuía en absoluto a aliviar el desasosiego reinante a bordo del barco. Nada destacable sucedió en el 8º día de travesía a bordo del Fénix de los Mares.
Por la mañana del día siguiente, el 9º, los compañeros arribaron al puerto de Hylo. Las nubes seguían cubriendo totalmente el cielo y además, una espesa niebla había hecho acto de presencia limitando de manera notable la visión. Fue necesaria la participación de Txon, más animado ante la perspectiva de encontrarse con más kenders lo que significaba además que podría arreglar su querida vara, para guiarse entre la espesa neblina y poder atracar sin problemas en el puerto del asentamiento kender de Hylo.
Txon y, sobre todo, Mathus, quien regresaba a su hogar, saltaron del barco casi antes de que la pasarela estuviera desplegada. El resto del grupo no tenía tantas ganas de desembarcar pues desde la cubierta del barco podían ver como una nube de kenders saludaba a cada nuevo visitante, rodeándole y atosigándole con sus preguntas y manoseos, aunque finalmente todos, con la única excepción de Sir Sánchez (Zifnab se había recuperado casi por completo) se decidieron a desembarcar. Tanis puso a buen recaudo a los piratas cautivos, si bien pidió expresamente que fueran trasladados a otra ciudad, ya fuera en la misma isla de Ergoth del Norte o, vía marítima, a cualquier lugar del continente.
John Bladearm bajó tras los kenders aunque esta vez, quizás temeroso de lo que le ocurrió en Caergoth, no quiso acompañarlos, así que se perdió entre las arruinadas calles de Hylo y entre los enjambres de kenders que le seguían.
En cuanto a ------, pensó que era una gran oportunidad para mejorar su repertorio de conjuros así que preguntó en el puerto si algún mago o hechicero había desembarcado recientemente. El encargado le respondió afirmativamente y también le indicó amablemente el nombre de la posada del puerto, lugar donde creía podía estar alojado el mago. Sin nada más que hacer, el resto del grupo compuesto por Zifnab, Kaldor y Gän se encaminaron con ------- a la taberna que les había citado el encargado del puerto.
El lugar era un garito bastante bien acondicionado y su dueño, un tal Goodham, una persona agradable, que además parecía tratar muy bien con los kenders y, de hecho, muchos de ellos se encontraban en la vieja taberna. El mago del que le habían hablado a ------- se encontraba también allí, sentado en una mesa acompañado por tres camaradas, dos de ellos humanos y el otro enano. Vestía la túnica roja y sus camaradas estaban fuertemente armados por lo que los compañeros dedujeron que debía tratarse como ellos de otro grupo de aventureros. ------ y los demás fueron hasta su mesa y pidieron permiso para sentarse, petición que fue aceptada de buen grado y de esta forma pasaron todos a compartir mesa y a charlar animosamente. Los magos conversaban de manera amigable aunque de manera sutil se estudiaban mutuamente, aunque al final, dado el ambiente de camaradería imperante, ------- y Zifnab se atrevieron a hacer su proposición pues era claro que aquel hechicero los aventajaba en conocimientos. Shemnas, que así se llamaba el mago túnica roja, accedió a mostrarle algunos de sus conjuros menores pero a cambio de sonante, algo de lo que ambos magos carecían por completo. Kaldor, maliciosamente, sugirió que tal vez Tanis se dignara a fiarles algo de dinero y dicho y hecho, pidieron a Shemnas que aguardara, fueron hasta el puerto, subieron a bordo del Fénix de los Mares y cuando hubieron localizado al semielfo le expusieron su petición. Éste, aunque bastante reacio al principio, accedió a regañadientes ante las insistencias de los compañeros, quienes alegaban, no sin sorna, que todo era por el bien de la misión. Con el dinero a buen recaudo, a salvo de las rápidas manos kenders, regresaron a la posada y a Shemnas, quien esperaba como pidieron con su libro de hechizos preparado. Cuando hubo recibido la paga, permitió a los magos echar un vistazo al libro, del que había retirado los conjuros protectores y, finalmente, los hechiceros dieron con uno que se encontraba dentro de sus posibilidades. A fin de estar más tranquilos, Shemnas y uno de sus acompañantes pasaron con Zifnab, ------- y Kaldor a un reservado de los que disponía la posada, (Gän se quedó en la sala principal, pues charlaba nostálgico con el otro enano) y allí estuvieron el resto de la tarde dedicados a la compleja tarea de transcribir las runas y símbolos que eran necesarios para plasmar la energía del conjuro en un trozo de pergamino.
Mientras tanto los kenders se lo pasaban en grande. Cuando hubieron vaciado sus saquillos unas seis veces e intercambiado todo tipo de objetos e historias con los otros kenders residentes en Hylo, Mathus sugirió a Txon el nombre de un amigo suyo que recogía maderas de buena calidad, perfectas para fabricar varas y bastones y por supuesto, idóneas para que Txon pudiera arreglar su hoopak, de modo que se encaminaron hacia su casa. Resultó que residía muy adentro de la derruida ciudad, en contacto con los bosque que la rodeaban y tardaron un tiempo en cruzar los despojos de lo que antes del cataclismo había sido la ciudad de Hylo. Pero la espera tuvo su recompensa pues cuando llegaron a casa del carpintero, tras los saludos correspondientes al reencuentro y tras explicarle Mathus la situación, el ebanista les mostró una colección extraordinaria, compuesta por maderas de un millar de tipos y características y además aconsejó a Txon en la elección. Todo el día y parte de la tarde empleó el kender en la fabricación de su vara y aunque tuvo que desechar alguno de sus trabajos, al final logró crear una hoopak perfecta como pocas se han visto. Para acabar, le colocaron una punta de acero en el extremo opuesto a donde habían instalado la honda y la vara quedó completa.
Orgulloso de su trabajo, Txon quiso volver al puerto para mostrar a sus amigos el resultado de sus esfuerzos. No obstante, la casa del carpintero se encontraba a cierta distancia del mar, y el kender tuvo una desagradable sorpresa en su camino. En efecto, cuando atravesaba una plaza en ruinas situada cerca de lo que había sido la muralla, una voz como un siseo lo dejó paralizado. Invocaba su nombre y cuando Txon se volvió se encontró con una figura de tamaño y constitución humanoide. Vestía una harapienta y sucia túnica negra con la capucha echada sobre la cabeza de forma que ocultaba su rostro y emanaba de él un olor nauseabundo. La figura avanzó hacia él y le exigía, con su voz sibilante, que le devolviera algo que le pertenecía.
Que le devolviera el Cetro.
Txon gritó por si alguien le oía, se negó en redondo y se dispuso a correr, mas la oscura figura volvió a hablar, esta vez con palabras ininteligibles, a la vez que hacía una serie de gestos con las manos. De repente, Txon se encontró clavado al suelo, sin poder hacer un solo movimiento, paralizado totalmente aunque consciente de lo que sucedía a su alrededor y, aunque era una experiencia totalmente diferente, no tardo en encontrarla harto desagradable. Con calma e ignorando a Mathus, el encapuchado se acercó al indefenso Txon, metió una mano huesuda y cubierta de vendas por entre los ropajes del kender y con mucha flema extrajo el Cetro que guardaba tan celosamente. Txon estaba desolado y frustrado, quería gritar, golpear y arañar a aquel ladrón que le despojaba de aquello que había guardado con más cuidado, con un cuidado inusitado en alguien de su raza, incluso nunca se lo había enseñado a ningún otro kender (con excepción de Mathus). En su fuero interno suplicó a Mathus que hiciera algo, que se moviera y recuperara el objeto robado pero sabía que era inútil, que su amigo no podía oírle. No obstante, como si en verdad lo estuviera escuchando, Mathus dio un saltó, se plantó delante de la figura encapuchada mientras ésta guardaba el Cetro y con un ágil movimiento se lo arrebató de sus propias manos antes de que el otro pudiera reaccionar, echando a correr enseguida como alma que lleva el diablo. Txon no cabía en sí de alegría. Ahora quería burlarse e insultar al desagradable individuo pero, horrorizado, solo pudo contemplar como el encapuchado se erguía, poniéndose de pie y extendía el dedo índice apuntando con él a Mathus. Después, susurró con su escalofriante voz una sola palabra: “vuelve” y Txon escuchó como los rápidos pasos de su amigo detenían su carrera. El pobre Mathus no sabía que ocurría. Sus piernas dejaron de obedecerle y dejaron de moverse a la velocidad necesaria para correr. Y no solo eso, sino que encima dieron la vuelta obligando al resto de su cuerpo a ir detrás, y para colmo, comenzaron a andar en dirección a aquel de quien quería huir. El individuo ataviado con la túnica negra avanzó a su vez hacia el kender y levantando una maza negra, lo golpeó salvajemente en la cabeza, dejándolo aturdido y arrojándolo al suelo. Después, recuperó la vara de manos de Mathus y se alejó por donde los dos hombrecillos habían venido unos pocos minutos antes, en dirección al bosque.

Pasó algún tiempo antes de que Txon pudiera volver a realizar movimiento alguno. En cuanto pudo hacerlo corrió a ayudar a su compañero, todavía aturdido por el tremendo mazazo y le puso una venda alrededor de la cabeza. Después dudó entre perseguir al vil ladrón o ir a avisar a sus amigos. Recordando la desagradable parálisis sufrida, se decidió por la segunda opción, así que corrió de vuelta al puerto y localizando el Fénix de los Mares subió por la pasarela ignorando a los guardias. Corrió raudo hacia el camarote de Tanis y entró, encontrando al perplejo semielfo inclinado sobre unos mapas. Txon miró los mapas con sumo interés pero después recordó el objeto de su carrera y contó al ya impaciente semielfo todo lo que había ocurrido. Sin perder un instante, Tanis hizo llamar a Sir Sánchez, que todavía se encontraba a bordo, en la enfermería, y acompañado por éste y los kenders se dirigieron hacia la taberna del puerto, donde sospechó, de forma acertada, que encontraría al resto del grupo. Con educadas palabras de disculpa hacia el grupo de Shemnas, pidió a los amigos que le siguiesen fuera y por el tono de urgencia con que lo dijo, fue obedecido sin chistar Una vez lejos de ojos y oídos curiosos, contó brevemente lo que había sucedido con los kenders y con el Cetro de la Muerte Ardiente y pidió a Txon que los guiara hacia el lugar de los hechos. Así lo hizo el kender y una vez allí, Tanis consiguió rastrear someramente las huellas dejadas por el oscuro personaje, conduciendo al resto del grupo hacia la espesura. Más adelante los compañeros pudieron ver que nuevas huellas se unían a las que venían siguiendo, hasta un total de tres pares de huellas aparte de las del encapuchado. Los compañeros se miraron nerviosos y para colmo, a distancia de un kilómetro más o menos, Tanis comenzó a tener dificultades para continuar siguiendo las huellas y finalmente extravió por completo el rastro. Nervioso e irritado también el semielfo, dijo secamente a los compañeros que se separasen para buscar y sin esperar respuesta de ningún tipo partió él solo por uno de los senderos que tenían delante. El grupo se quedó sin saber que hacer, parados en mitad de un claro abierto en mitad de la espesura del bosque de Hylo.
No obstante Gän, el enano, que había estado siguiendo con Tanis las pisadas que el misterioso grupo había dejado, se afanó en volver a recuperar la dirección adecuada internándose por otro sendero distinto del que había tomado el semielfo. El resto del grupo aguardó en el claro, pues ninguno de ellos quería perderse entre la maleza y al cabo de un rato el enano hizo de nuevo su aparición por donde se había ido, dando a todos la buena noticia de que de nuevo estaban sobre la pista. Resolvieron no perder más tiempo y no avisar a Tanis y, guiados por un eficaz Gän, continuaron su persecución. El guardabosques enano parecía saber muy bien lo que hacía pues no pasó mucho tiempo hasta que el kender indicó a todos con un silencioso gesto que detuvieran su marcha pues su agudo oído había captado el sonido de voces más adelante. El grupo se puso en tensión aunque ninguno podía oir nada pero confiaban lo suficiente en los sentidos de Txon, los cuales les habían advertido de más de un peligro en el transcurrir de la larga aventura que llevaban viviendo juntos. Así que, a esa prudencial distancia el grupo desenvainó sigilosamente sus armas, preparándose para un nuevo combate. El kender regresó de entre la espesura y asintió con la cabeza para indicar que, en efecto, las voces que había oído correspondían a quienes estaban buscando y después levantó cuatro dedos para indicar el número de enemigos. Tras esto, Kaldor se adelantó y señalando los kenders y al enano les indicó con el índice que fueran por la derecha, dando un rodeo como hizo saber trazando un semicírculo con ese mismo dedo. A continuación señalo a los dos magos y les dio las mismas órdenes que a Txon, Mathus y Gän, solo que los envió por la izquierda. Luego se señaló a si mismo y a Sir Sánchez e hizo un inequívoco gesto de que ellos irían primero y además de frente. Luego pidió que fueran lo más sigilosos que pudieran llevándose un dedo a los labios y se pusieron todos en marcha. Los dos magos se perdieron en la espesura hacia la izquierda y los kenders y Gän hicieron otro tanto por la derecha. Tras aguardar un momento para dar tiempo a sus compañeros a que tomaran sus posiciones y elevar una plegaria a Paladine, Kaldor abrió los ojos, miró a Sir Sánchez que asintió con la cabeza y ambos Caballeros de Solamnia iniciaron la marcha.
Cuando pudieron oír las voces de sus adversarios los dos caballeros lanzaron su grito de batalla y cargaron hacia delante blandiendo Kaldor su espada larga y su escudo y Sánchez su espada bastarda que enarbolaba con ambas manos. Pudieron ver como los cuatro hombres que había en el claro giraban la cabeza hacia su posición. Enseguida ambos caballeros identificaron al que había asaltado al kender pues solo vestía una raída túnica negra y no portaba arma alguna a la vista, a diferencia de los otros tres que vestían cotas de mallas, también negras, y llevaban espadas al cinto, a las que echaron mano nada más llegar a sus oídos los gritos de batalla proferidos por Kaldor y Sir Sánchez. Bien organizados, dos de los hombres cerraron el paso a los Caballeros de Solamnia y el otro se situó cerca del encapuchado, que sin perder un segundo, levantó ambos brazos cubiertos con pútridos vendajes y comenzó a conjurar como había hecho contra Txon y Mathus. Su protector empuñaba su arma a su lado con aire confiado, mirando la batalla de sus dos compañeros contra los despreciables Caballeros de Solamnia, cuando de repente oyó otro cántico, ininteligible también pero que provenía de su derecha, de algún lugar entre la espesura. Cuando acabó la salmodia, dos dardos de luz pasaron por delante de su cara y se clavaron implacables en el cuerpo de aquél a quien debía proteger. No obstante este solo forzó un momento la voz y continuó su cántico totalmente ajeno a cuanto ocurría a su alrededor. Confuso, el guerrero dirigió unos pasos cautelosos hacia la maleza por donde habían surgido los proyectiles pero enseguida volvió a su posición pues un siseo furioso le hizo volver la cabeza a tiempo para ver como el clérigo, todavía murmurando su hechizo se convulsionaba en violentas sacudidas. La causa de tal actitud no era otra que Txon, que silencioso como la muerte y aprovechando los pasos dubitativos del hombre de la cota de mallas negra, se había puesto a la espalda del clérigo y largándole una puñalada en sentido vertical ascendente, le había clavado su daga en el costado derecho rasgando túnica y carne. En ese mismo momento, el siniestro personaje terminó su hechizo que debería haber dejado a los dos Caballeros de Solamnia totalmente paralizados y a merced de sus enemigos, aunque debido al terrible dolor sufrido a causa del apuñalamiento del kender su concentración falló y sólo Sir Sánchez sufrió los efectos del conjuro quedando, eso si, imposibilitado para realizar movimiento alguno. Kaldor cerró filas en torno a su camarada, tratando de que no pudieran alcanzar a su incapacitado compañero, aunque en seguida le llegó ayuda desde la espesura, pues tras otra breve retahíla de incomprensibles palabras, el adversario que anteriormente encaraba a Sir Sánchez cayó dormido presa de un mágico sueño. El clérigo consiguió sacudirse de encima a Txon y de entre los pliegues de su túnica sacó una maza negra como la obsidiana y resoplando con rabia se encaró con el kender . También el guerrero que escoltaba al encapuchado se dispuso a atacar al hombrecillo, pero en esas estaba cuando, Gän, saliendo por fin de entre la vegetación y portando una espada corta en la diestra y una daga en la siniestra se le echó encima profiriendo un rugido feroz, trabándose ambos en singular combate.
Kaldor superaba ampliamente en destreza a su contrincante y tras dos estocadas que paró sin mucha dificultad, avanzó medio paso y le dio un tajo encima del hombro derecho. Después se retiró unos pasos atrás y cortésmente ofreció a su enemigo una rendición honorable pero éste, fanáticamente, reanudó la ofensiva, si bien la rabia disminuía su destreza y la herida en el hombro hacia lo propio con su resistencia. Tras ignorar un par de estocadas parándolas con el escudo Kaldor resolvió poner fin a la lucha y avanzando en diagonal, hacia delante y a la izquierda, soltó un mandoble transversal que alcanzó al oponente en mitad del abdomen. Kaldor, entre resignado y apesadumbrado miró a su adversario y éste, al percatarse, le escupió sangre a la cara. Con un suspiro, Kaldor giró la muñeca hacia arriba y hundió más su arma en el cuerpo del guerrero, que ya había muerto antes de tocar el suelo.
La batalla de Gän y su par se desarrollaba por cauces más parejos. El enano atacaba con muy buena maña, llevando en todo momento la iniciativa tirando puntazos con la daga y soltando estocadas y golpes de filo con la espada corta y había alcanzado al otro en un par de ocasiones aunque no parecía nada serio. Por su parte, el oscuro guerrero manejaba un espada corta y eludía bastante bien la sorprendente esgrima del enano contraatacando solo cuando la ocasión lo permitía. En una de estas ocasiones, Gän
abrió un hueco en su defensa que su adversario leyó adecuadamente y alcanzó el enano en un muslo con la punta de su espada corta, haciéndole soltar una maldición. Parecía que la batalla pintaba mal para el guardabosques, pero con una sonrisa feroz reanudó el combate tratando de nuevo de apabullar a su oponente. Éste, que parecía curtido en más de una batalla, dejo hacer al enano, confiando pacientemente que la herida y el agotamiento le darían finalmente la oportunidad que buscaba para poder acabar con el enfrentamiento de manera definitiva. Gän alcanzó en otra ocasión al guerrero con su daga, pinchándole en un costado pero sus ataques perdían vigor con el paso del tiempo. Finalmente, otro hueco apareció en su defensa y el guerrero vio su oportunidad y se tiró a fondo. Pero no hay que olvidar que Gän es un enano y los miembros de esta raza no se fatigan con tanta facilidad. Había previsto este comportamiento por parte del guerrero tras la herida recibida y le tendió una trampa en la que su adversario cayó de cabeza, de modo que en el último momento hurtó el cuerpo hacia un lado, esquivando la mortal estocada de su rival y se aprovechó el impulso que el otro llevaba para pasarlo de parte a parte con la espada corta, oportunamente colocada para este fin.
Por su parte, Txon no se dejó amedrentar (por todos es conocido que los kenders ignoran por completo el significado de la palabra miedo) e hizo frente al enfurecido clérigo que se dedicó a soltarle mazazos con objeto de acabar cuanto antes con el molesto kender, sin darle oportunidad de atacar siquiera. El encapuchado, sonriendo enloquecido ante la perspectiva de matar al kender avanzó con la maza en alto y la descargó con todas sus fuerzas. A duras penas esquivó Txon el violento golpe y se disponía a encarar de nuevo a su par cuando una piedra lanzada desde la espesura golpeó con fuerza al clérigo en un lado de la cabeza. Txon, sin darle tiempo a rehacerse se puso delante y le clavó la daga hasta la empuñadura, manteniéndola unos segundos y retirándola bruscamente después. El siniestro personaje cayó, sin vida, hacia delante.
Nada más tocar el suelo, el kender buscó sobre la ropa del encapuchado tratando de localizar el Cetro bajo ella y cuando al fin lo halló, se envolvió las manos en sendos pañuelos, pues quería evitar a toda costa tocar las llagas sangrantes y las supurantes pústulas que cubrían casi por completo el cuerpo muerto, y las introdujo en la oscura túnica retirando el Cetro con presteza. Tras limpiarlo con los mismos pañuelos, los cuales fueron desechados tras la limpieza, se guardó el objeto bajo sus propias ropas y mirando a su alrededor pudo contemplar cómo cerca suya el diestro enano acababa con el último de sus enemigos.
Kaldor no perdió el tiempo. Tras atar con cuidado al guerrero dormido a sus pies, trató de reanimar a su camarada, sin éxito. Así que lo tumbó sobre el suelo, en una posición más o menos cómoda y se encaminó hacia donde el kender había abatido al clérigo oscuro. Tras palparle las ropas y verificar que ya no tenía el Cetro se volvió hacia el kender y le pidió que se lo entregase, aduciendo que de esa forma tanto el kender como el Cetro estarían más seguros. Txon se negó en un principio e insistió en conservar él mismo el objeto pero las vehementes palabras del Caballero de Solamnia convencieron finalmente al kender, que a regañadientes lo entregó tras sacarlo de debajo de sus ropas. Una vez la atención del grupo, que contemplaban la escena con una mezcla de preocupación y expectación, se hubo desviado hacia el último guerrero que aún vivía, Txon sintió algo extraño.

domingo, octubre 22, 2006

Una de piratas

En esta sesión participaron Zifnab, el mago verde (Karlitros); Kaldor Knor Caballero de la Corona (Alex); Sir Sánchez otro Caballero de la Corona (Smith); ----------, mago túnica blanca (Kike); John Bladearm guerrero humano(Hita); y Txon el kender (Mechón).

Cuando por fin arribaron al puerto, la tripulación del Fénix de los Mares ya estaba activa y afanosamente cargaba la mercancía en la gran nave de tres mástiles donde los compañeros iban a pasar los próximos 20 días más o menos. Kuro, el capitán del barco, se entrevistó brevemente con Tanis, tras lo cual preguntó a los compañeros si tenían alguna experiencia con la navegación y asignó a cada uno un puesto de acuerdo con sus facultades. Así por ejemplo, John fue enviado a cubierta a ayudar en las maniobras del barco pues tenía cierta experiencia en nudos y cuerdas (cabos como se dice en el mar). Y a Txon se le asignó, para su total regocijo, un puesto en la cofa junto al vigía, pues de todos es sabido que los kenders poseen una agudeza visual innata que no tiene ninguna otra raza de Krynn. ------ se ofreció para trabajar en las cocinas pues solía ejercer de cocinero en bastantes ocasiones cuando habitaba la torre del Sumo Sacerdote. A los demás se les encomendaron tareas más o menos sencillas, como limpiar la cubierta y camarotes, engrasar jarcias y cañones... Y al fin, cuando todos estuvieron en sus puestos, el Fénix de los Mares se dispuso a zarpar. Los compañeros se agruparon en la borda para ver como el barco largaba amarras y como poco a poco la nave se alejaba del puerto de Daltigoth, aunque enseguida el capitán Kuro y su contramaestre Jango comenzaron a dar órdenes a todo el mundo para que ocuparan sus puestos así que a los amigos no les quedó otro remedio que ponerse a trabajar en su nuevo cargo de marineros. La primera jornada de travesía discurrió con una tranquilidad absoluta. Sólo el kender tuvo algún que otro sobresalto pues no estaba familiarizado con las escalas de cuerda que se emplean para ascender a la cofa y al intentar trepar por una de ellas se enredó, perdiendo manos y pies y a punto estuvo de caer por la borda hacia un mar que, según el capitán y los demás tripulantes, estaba infestado de tiburones. Sólo su agilidad y sus reflejos salvaron al kender de su desagradable remojón. Finalmente logró su objetivo de trepar por la escala y ocupó su puesto en la cofa, donde disfrutó con las lecciones que el amable vigía oficial le impartía, especialmente las referidas al uso del catalejo, que no tardó en caer accidentalmente en su bolsa. El tiempo era inmejorable y un agradable viento de levante soplaba en un día extraordinariamente despejado. No obstante, ni Kaldor, ni Zifnab, ni ------ estaban acostumbrados a los viajes en barcos (realmente ninguno lo estaba) y el vaivén de la nave mecida por las olas les resultaba bastante incómodo. Se pasaron el día con el peor mareo de sus vidas lo cual era motivo de regocijo para el resto de tripulantes del barco, que no paraban de burlarse cuando veían a alguno de ellos encaramarse a cualquiera de las bordas y doblarse sobre ellas. De una forma parecida transcurrieron los dos días siguientes, con el mismo buen tiempo y el mismo buen viento ( Kaldor lo atribuía a sus continuos rezos a Habakkuk, en los que rogaba al Rey Pescador para que su travesía fuera apacible) que los empujaba a su siguiente destino, que no era otro que la ciudad de Caergoth a la cual llegarían en la mañana del 4º día. Es justo decir que los dos magos y Kaldor se fueron habituando a la vida de a bordo y que el kender también se sentía más cómodo trepando por la escala hacia lo alto del mástil central. Así pues, cuando se estaban haciendo a la vida en alta mar, desembarcaron en el puerto de Caergoth.
Esta ciudad era conocida por poseer los mejores astilleros de toda Solamnia (junto con Palanthas y Kalaman), por ser una gran exportadora de madera y sobre todo por sus innumerables tabernas en las que se servía la famosa cerveza de Caergoth, que atraía a visitantes y comerciantes de muchos rincones de Ansalon. Pues bien, en la época en la que los compañeros desembarcaron, se celebraba en la ciudad el Festival Anual de la Cerveza. Caergoth se vestía de fiesta, con banderas y pendones ondeando por doquier y la gente abarrotaba las calles y bebía desde el amanecer hasta bien entrada la noche en las barras instaladas al aire libre por toda la ciudad.
No es de extrañar que nada más poner pie en tierra, el kender saliera disparado a mezclarse entre la multitud y el bullicio, a empaparse del ambiente festivo reinante. John, acostumbrado a este tipo de reacciones por parte de su amigo, siguió a Txon a duras penas pero lo alcanzó un par de calles más adelante. Con ellos también iba Mathus, el kender que había seguido a Txon desde Hylo. Era difícil ver al uno sin el otro, incluso insistía en acompañarlo a lo alto de la cofa aunque normalmente era disuadido por evidentes razones de espacio. Así pues, los tres caminaron sin rumbo por las repletas calles de Caergoth, cada uno disfrutando de la fiesta a su modo: mientras que John se deleitaba con la cerveza que le ofrecían sin parar, los kenders se lo pasaban en grande recogiendo objetos que la gente, descuidada por la continua ingesta de cerveza, se dejaba olvidados por cualquier sitio. Comieron en la misma calle y continuaron su paseo hasta que llegaron a la gran plaza principal, donde se emplazaba el edificio del ayuntamiento flanqueado por la enorme torre del reloj, un invento gnomo que puntualmente hacía sonar una enorme campana cada hora. Aquello, por descontado, fascinó a los kenders...
El resto del grupo se quedó en las inmediaciones del puerto hasta que Zifnab, hastiado de los continuos sermones por parte de los dos Caballeros de Solamnia y el túnica blanca instándole a decantarse por una de las tres órdenes y recomendándole encarecidamente vestir la túnica blanca, decidió también darse una vuelta por la ciudad, probar la famosa cerveza y distraerse así de la perorata que le estaban soltando sus compañeros.
Txon se acercó a la gran torre y comprobó que una puerta se abría a la plaza, pero que desgraciadamente estaba cerrada y custodiada por un guardia. Luego supuso que desde el ayuntamiento se tendría que poder acceder al reloj, pero se llevó otra decepción al comprobar que el edificio también estaba vigilado por otro par de guardias. Finalmente descubrió, en uno de los laterales de la torre un ventanuco suficientemente grande para que cupiera un kender. El problema es que se situaba a unos 3 metros de altura, inalcanzable para alguien con su metro veinte de estatura. No le quedó otra que pedir ayuda a Mathus, que accedió de inmediato, y a John, quien debido a su estado de embriaguez encontró divertido colaborar con los kenders. De modo que John aupó a los dos hombrecillos y Txon, trepando por encima de Mathus, consiguió aferrarse al alfeizar de la ventana y pasar dentro de la torre. Se encontró a mitad de una escalera de caracol que ascendía pegada a la pared y por ella subió hacia el reloj que se encontraba en lo alto. Txon podía oir claramente el mecanismo gnomo funcionando y corrió escaleras arriba. Pero cuando las escaleras se acabaron dieron lugar a una puerta, que para colmo de males estaba cerrada con llave y probablemente protegida con algún tipo de trampa según pudo ver Txon tras analizarla detenidamente. Sin ver una salida clara descendió nuevamente corriendo hacia el ventanuco por el que había entrado y tendiéndole una cuerda a Mathus le instó a que subiera explicándole la situación. Pero la mala suerte quiso que el vigilante de la puerta oyera a los amigos y tras rodear la torre, comenzó a gritar llamando a la guardia. Los dos kenders reaccionaron rápido y Mathus echó a correr mientras que Txon dejaba caer la cuerda y se ocultaba en el interior del edificio. John por su parte, se quedó donde estaba, con cara de asombro. El vigilante del reloj, desenvainó la espada y apuntó con ella a John, ordenándole que no hiciera ninguna tontería mientras llegaba la guardia. Una patrulla llegó veloz al lugar de los hechos, a tiempo para contemplar la huida de Mathus por lo que un grupo salió en su persecución y otro se quedó para detener a John, que balbuceaba algo sobre que le habían ordenado colocar un pendón en lo alto de la torre. Ante tal inverosímil excusa y viendo el estado en que se encontraba, le ataron las manos y se lo llevaron detenido. Mathus, por su parte, corría como alma que lleva el diablo por las concurridas calles de Caergoth. Era consciente de que le seguían e intentó en vano encontrar algún lugar propicio para ocultarse. Al principio encontró todo bastante divertido, pero pronto empezó a dolerle el pecho y a costarle respirar y decidió que ya había tenido suficiente por ese día, por lo que, tras doblar una esquina, se echó cuerpo a tierra debajo de un montón de desperdicios, confiando en que su maniobra hubiera pasado desapercibida para sus perseguidores. Al parecer así fue, pues tras esperar un tiempo prudencial salió de su escondrijo y encontró todo despejado. Después trató de orientarse y tras pedir un par de indicaciones llegó de nuevo al puerto.
Txon lo observaba todo desde arriba. Vio como se llevaban a John y como Mathus iniciaba su carrera aunque lo perdió de vista en cuanto dobló una esquina. Trató de salir por la puerta de abajo, que había quedado huérfana de vigilancia tras marcharse el guardia con John y los demás escoltas, pero la encontró atrancada y sospechó también la presencia de otro mecanismo oculto por si alguien intentaba forzarla. De manera que solo le quedó saltar a la calle por el mismo ventanuco por el que había entrado. Quedaba demasiado alto para él y se hizo algo de daño en la caída, pero se rehizo y consiguió llegar hasta el puerto con bastante celeridad.
Una vez allí se encontró con Tanis, que hablaba con el capitán y sus otros cuatro amigos. Al parecer, Mathus llegó sano y salvo y había contado a los otros lo sucedido, aunque el kender ignoraba lo ocurrido con John y con Txon. Éste, cuando llegó contó al resto como la guardia se había llevado al espadachín y Tanis, meneando la cabeza se fue a buscarle acompañado por Kaldor Knor, a los barracones de la guardia. Allí encontraron al oficial a cargo y pagaron una elevada fianza por el prisionero, alegando que éste no quedaría sin su justo castigo. Tras esto volvieron al barco y se confinó a todo el grupo a dormir a bordo.
Zarparon de Caergoth al amanecer del día siguiente, el 5º desde que abandonaran la isla de Ergoth del Sur. El tiempo había empeorado visiblemente y ahora densos nubarrones cubrían el cielo ocultando el sol el día de la partida. No obstante, no tuvieron ningún incidente digno de mención a lo largo de ese 5º día y prosiguieron con sus tareas de a bordo como llevaban haciendo toda la travesía. El día siguiente, el 6º, amaneció más despejado, y el sol lucía en lo alto del cielo. Pasaron una mañana bastante animada, comentando y haciendo chanzas sobre lo acontecido en Caergoth. ------ cocinó un estupendo guiso y con ello disipó todas las reticencias que podía haber hacia su cocina. Parecía que el día iba a finalizar como los demás que habían pasado en el mar, esto es, sin incidencias y de hecho Kaldor ya estaba insistiendo a todo el mundo para que dieran gracias a su dios Habakkuk por tan agradable viaje, cuando un grito del vigía los puso a todos alerta.
Txon miraba por el catalejo. Empezaba a aburrirse de la monótona visión del mar a través del instrumento, sobre todo ahora que se encontraban más al norte y ya no se podía divisar tierra ni al este ni al oeste, cuando de pronto distinguió algo en el horizonte que llamó su atención. Se lo hizo saber al vigía, que remoloneaba apostado a su lado pero éste no consiguió discernir nada, así que devolvió el catalejo al kender diciéndole que descendiera si se estaba aburriendo. Pero Txon, seguro de lo que había visto continuó mirando por el catalejo hacia estribor. Lo que antes era un simple punto, ahora se había convertido en la forma, nítida para sus agudos ojos, de un barco. Entusiasmado se lo hizo saber de nuevo al vigía, quien al principio le dijo de malos modos que no lo molestara. Sin embargo y ante la insistencia y excitación del kender, accedió a volver a echar un vistazo y fue entonces cuando dio la voz de alarma. En efecto, un barco se les acercaba por estribor, pero lo que hizo dar el grito al vigía fue que portaba una bandera negra como la muerte. La bandera que los identificaba como piratas.
Tras el aviso, Jango, el contramaestre, apareció en cubierta y requirió el catalejo. Tras mirar en la dirección indicada, confirmó lo observado por el vigía, dio unas cuantas órdenes y volvió a desaparecer camino del camarote del capitán, situado debajo del castillo de popa. Disciplinados, los marineros se dispusieron a cumplir con las indicaciones impartidas por su contramaestre.
No tardó mucho en sobrevenir el primer cañonazo.
La nave corsaria, ya claramente visible, era más pequeña que el Fénix de los Mares, pero lo superaba ampliamente en potencia de fuego, como demostraban las numerosas y negras bocas que se abrían en el costado del barco enemigo. En cubierta, un nutrido grupo de piratas, fuertemente armados , vociferaba y gesticulaba con excitación, a la espera de que se produjera el abordaje. Lo que ignoraban los tripulantes del Fénix de los Mares es qué táctica utilizarían los filibusteros: si se mantendrían a distancia debilitándoles con sus cañones, o si por el contrario no serían tan pacientes e intentarían un abordaje directo.
El cañonazo de los piratas falló y fue directo al mar, salpicando a algunos de los integrantes del barco donde se encontraban los compañeros, que estaban todos reunidos y con las armas prestas.
Otro cañonazo enemigo erró por muy poco su objetivo. A continuación el Fénix de los Mares respondió por primera vez y descargó una salva que también fue a parar al agua. Tanis apareció al lado del grupo con el arco en la mano y una sonrisa en la cara. Les explicó que la decisión del capitán consistía en acercarse a ellos y forzar el abordaje, pues creía que así sería más posible la victoria. Como para ratificar las palabras del semielfo, una salva enemiga hizo blanco en cubierta y lanzó a algunos marineros por encima de la borda. Tanis se aferró a una escala y trepó por ella y los compañeros tomaron posiciones mientras el Fénix de los Mares iniciaba la maniobra de aproximación y descargaba otra ráfaga de cañonazos.
Los magos subieron al castillo de popa y aguardaron su turno tras el timón, lejos de la borda por donde se produciría el abordaje. También al castillo se encaramó John y sostuvo su arco dispuesto a no dejar que ningún corsario llegara sano a la cubierta del barco. Los kenders se colocaron en torno al mástil central con sus extrañas armas hoopak y kapak enarboladas. En primera línea se situaron, como su honor les exigía, Kaldor Knor y Sir Sánchez, los Caballeros de Solamnia.
Antes de que los primeros garfios fueran lanzados contra la baranda del Fénix de los Mares, pudieron ver como Tanis lanzaba una rapidísima sucesión de flechas contra los piratas y la mayoría acertó en su objetivo. Los corsarios respondieron enfurecidos con una descarga de pólvora que hizo blanco y abrió varias vías de agua que los marineros se esforzaban por achicar. También lanzaron una lluvia de flechas sobre la cubierta y acto seguido vieron volar los garfios de abordaje y contemplaron como la mayoría conseguía engancharse en la baranda de estribor del barco mercante. Los piratas hostigaban con proyectiles a los marineros para intentar disuadirlos de que cortaran los cabos de los ganchos y los primeros comenzaron a cruzar hacia el Fénix de los Mares. Los compañeros comenzaban a preparar sus propios proyectiles cuando oyeron una letanía que venía de algún lugar del barco enemigo. Nada más finalizar el cántico, contemplaron consternados como una niebla densa cubría la zona que quedaba entre las dos naves, ocultando a los piratas que en ese momento trataban de abordar el barco. Para aumentar su desasosiego se oyó un grito por encima de sus cabezas y vieron a Tanis descender de la escala con una herida abierta en el brazo izquierdo causada por una flecha enemiga. No obstante, el semielfo les dirigió una sonrisa de complicidad y se colgó el arco, desenvainó a la legendaria Wyrmslayer y corrió hacia la proa, donde ya comenzaban los primeros filibusteros a salir de entre la niebla. También el primer pirata asomó frente a los Caballeros de Solamnia, lanzando un mandoble con un enorme sable que Kaldor desvió por los pelos con su escudo. Otro pirata salto a la cubierta del Fénix de los Mares, este portando un sable en una mano y empuñando en la otra una daga. Corrió a ayudar a su compañero pero Sir Sánchez cerró filas, interponiéndose en su camino y trabando batalla con el recién llegado. Otros dos más, portando sendas ballestas aparecieron cerca de donde estaban los dos caballeros. John les disparó una flecha antes de que ninguno pudiera reaccionar, pero el proyectil no encontró su objetivo y el primer ballestero apuntó hacia su posición... pero nunca llegó a apretar el disparador de su ballesta.
-------- desde su posición cogió de uno de los bolsillos de su túnica un puñado de arena y lo dejo caer al suelo mientras con la mano derecha apuntaba al pirata y murmuraba: “ast tasark sinuralan krinawi”. El corsario miró en su dirección y acto seguido se tambaleo y cayó presa de un profundo sueño.
Entre tanto los kenders se lo pasaban en grande disparando piedras con sus armas en dirección al enemigo que luchaba con Kaldor con diversa suerte pues si bien Mathus acertó al pirata en la frente con uno de sus proyectiles, otras piedras no fueron tan bien lanzadas llegando incluso a golpear a Kaldor en la espalda, aunque, por fortuna, sin consecuencias mayores. Tanto Txon como Mathus recibieron una reprimenda por parte de Kaldor, que estaba ya bastante harto de escuchar piedras silbándole en los oídos. Asi que ambos hombrecillos cambiaron su objetivo y viendo que ningún otro Caballero de Solamnia gruñón andaba cerca del otro pirata con ballesta, lo escogieron a él como blanco de sus armas de proyectil. Éste disparó con su arma contra John, pero el virote ni siquiera pasó cerca del guerrero. Como respuesta, John cargó nuevamente el arco, lo levantó apuntando, y disparó la flecha que acertó al ballestero en mitad del pecho. El pirata se dobló hacia delante aún dispuesto a hacer un nuevo intento, pero un alud de piedras disparadas por los kenders acabó finalmente con él.
Por su parte, Zifnab tras pensar acurrucado bajo la baranda del castillo de popa, pareció que buscaba algo del interior de su túnica color verde. Cuando lo encontró se levanto con decisión y volviéndose hacia la nube de niebla, comenzó a gesticular y a murmurar unas palabras ininteligibles, tras lo que volvió a agazaparse parapetado tras la baranda. No pareció ocurrir nada, pero pasados unos momentos comenzaron a surgir del interior de la niebla gritos y maldiciones de los corsarios que encaramados a la cuerda engrasada mágicamente, caían irremisiblemente al océano que se abría bajo sus pies.
Entretanto, más corsarios seguían saltando a la borda del barco mercante y otros tantos resbalaban por las cuerdas hechizadas por Zifnab, que había transformado la niebla mágica en una ventaja tan útil como la que suponía para los asaltantes. Dos piratas saltaron a cubierta en el preciso momento que Kaldor, con un elegante giro de su espada, traspasaba a su adversario de lado a lado. Rápidamente corrió a enfrentarse con uno de los que acababan de saltar a bordo y nuevamente se vio envuelto en otra batalla.
El otro pirata, viéndose libre, corrió hacia el castillo de popa, pues los dos magos descendían por las escaleras con dagas en la mano y dispuestos a cortar las cuerdas por las que seguían llegando más y mas eemigos. De un salto se plantó delante de Zifnab, y lanzando un terrible tajo oblicuo de arriba abajo abrió el pecho del mago de túnica verde, quien solo pudo soltar un grito ahogado antes de caer inconsciente al suelo. -------, con gesto tranquilo enarboló su bastón y golpeó en repetidas ocasiones al verdugo de su compañero, primero en el estómago y luego en la cabeza dejándolo bastante maltrecho, si bien no consiguió acabar con él del todo y se alzó de nuevo dispuesto a cobrarse venganza.
Sir Sánchez también parecía tener problemas con su enemigo, quien movía el sable y la daga a una velocidad vertiginosa. Sangraban ambos por varias heridas aunque el caballero parecía llevar la peor parte. En una ocasión, Sir Sánchez se lanzó a fondo con su espada bastarda, que blandía con ambas manos, pero su rápido oponente desvió por dos ocasiones su embestida y le propinó una patada que hizo que el Caballero de Solamnia cayera sobre su propia arma, haciéndose un daño considerable. No obstante, apelando a su honor, Sir Sánchez se repuso de tan tremenda herida y continuó plantando cara a su hábil adversario.
De momento parecía que la avalancha de piratas se había detenido, lo cual dio cierto respiro a los defensores. Kaldor libraba un bonito e intenso combate contra su adversario, q llegó a alcanzarlo en una ocasión, dándole un puntazo con su sable. No obstante, el estilo del caballero era impecable, y solo fue cuestión de tiempo que el pirata sucumbiera ante los envites, fintas y quites que Kaldor Knorr ejecutaba a la perfección. Una vez hubo acabado con este nuevo enemigo, Kaldor oteó el estado de la batalla.
Los dos kenders disparaban ahora contra el contrincante de Sir Sánchez, aunque en la intensa batalla que ambos libraban ninguno de los dos combatientes parecía haberse dado cuenta. De repente, Txon, quien estaba a punto de disparar un nuevo proyectil con su hoopak apoyada en el suelo, hizo demasiada palanca, probablemente dejándose llevar por la excitación del momento, y su vara se partió en dos, dejando al pobre kender mirando los dos trozos de su hoopak con cara compungida. Maliciosamente, el Caballero de Solamnia pensó que Habakkuk estaba de su lado pro aquello.
También vio que John había desenfundado su arma y corría en auxilio de ------, que hacía lo que podía para defenderse de los furiosos ataques del corsario que lo acosaba sin respiro. Por el momento lo hacía bien pero Kaldor no creía que el mago blanco pudiera aguantar mucho más. Buscó a Zifnab y lo halló tendido en un gran charco de sangre, cerca de donde combatía -----, así que sin perder el tiempo corrió en auxilio del mago caído.
En efecto ----- se defendía bien de los ataques del pirata pero se encontraba al límite de su resistencia. Por el rabillo del ojo vio a John que corría en su ayuda pero justo entonces noto un dolor lacerante en su hombro derecho que retiró de forma refleja. El pirata había conseguido herirle aunque no era demasiado grave. Justo cuando el corsario se disponía a rematar la faena John dio un salto y bloqueó el sablazo que pretendía acabar con la vida de su compañero. Sin perder el tiempo y completando el movimiento, el guerrero de Sirgel empujó hacia arriba y soltó un mandoble de derecha a izquierda que alcanzó al corsario en el costado. Éste, maldiciendo retrocedió y se olvidó del mago y de su venganza, encarando a su nuevo adversario. Resultó ser un adversario más que digno para John, pues reponiéndose a la herida sufrida, lanzó dos o tres estocadas de prueba y a la cuarta alcanzó al guerrero en la ingle, introduciendo el sable entre dos placas de su armadura. Desgraciadamente para el pirata enfrente tenía un individuo curtido en más de una batalla y aprovechando que su enemigo se tiró a fondo y sin darle tiempo a reaccionar, John lanzó un tajo horizontal que a punto estuvo de cercenar la cabeza de su adversario. En ese mismo instante, Kaldor había llegado donde se encontraba el malherido Zifnab, y pidiendo el favor de Paladine y la gracia de Mishakal impuso las manos sobre el cuerpo del mago. Una tenue luz azulada cubrió las manos del Caballero de Solamnia y de repente la horrible herida transversal que cruzaba el torso de Zifnab, comenzó a cerrarse visiblemente, la respiración del mago se hizo mas reposada y el rictus de dolor se borró de su rostro.
Para entonces, la niebla se había disipado y todos pudieron ver como los piratas renunciaban al abordaje y a sus camaradas y su barco se alejaba en dirección opuesta. El contrincante de Sir Sánchez, viéndose abandonado, se rindió de inmediato, rendición que fue aceptada sin reparos por el honesto Caballero de Solamnia. Tanis apareció cubierto de sangre, aunque aseguró que poca le pertenecía y felicitó a los compañeros por el gran combate realizado. Observó asimismo las dos capturas realizadas y procedieron a atarlos y llevarlos a las bodegas hasta que llegaran a Hylo, su siguiente escala, donde serían puestos a disposición de la justicia. Los compañeros se encontraban exhaustos pero felices por la batalla vencida, con la única excepción de Txon que seguía mirando los dos trozos de su vara rota.